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Nuestro obispo auxiliar de Lima, monseñor Guillermo Elías presidió la Celebración Eucarística por la Toma de Posesión de Fray Nelson David Chanta Romero, Orden de Frailes Menores, quien tomó posesión como nuevo párroco de la Parroquia San Francisco de Asís, en el distrito de Barranco.

Al inicio de su Homilía, monseñor Guillermo Elías comentó la historia de Pedro y su anunciación, luego de la Resurrección del Señor: “Pedro ha madurado, claramente, en su fe. Afirma ahora lo que nunca había entendido, que el Mesías tenía que pasar por la muerte y la cruz, cosa que le costaba entender a Pedro. Ahora ya sabe que el Mesías tenía que padecer”.

“Pedro anuncia que, a través de la Resurrección, Jesús se ha convertido en salvador de todos y, por tanto, todos tenemos que convertirnos a Él. Pedro proclama lo esencial y lo profundo de la fe cristiana”, destacó Elías Millares.

Por otro lado, reflexionando el Evangelio de San Lucas (24:35-48) que relata el pasaje bíblico en que Jesús se aparece a los discípulos, al respecto, Monseñor Elías señaló que se nos presenta a unos discípulos que viven en comunidad en todo momento: “Y el Evangelio nos ha presentado a un Jesús que se aparece a sus discípulos y están reunidos en comunidad, pero siempre en función de la comunidad, porque es la comunidad el eje de una parroquia. Y Jesús, con su presencia, comunica paz, paz a ustedes, paz a todos y les confía una misión, ser sus testigos”.

En ese sentido, nuestro obispo auxiliar remarcó que la tarea de la dirección de una parroquia no solo le corresponde al párroco, sino que es un trabajo que debe hacerse en comunidad: “La tarea de un párroco no es individual, es una tarea en la que sus hermanos y él procuran que una Parroqui pueda seguirse anunciando, recogiendo todo lo bueno que hicieron los párrocos anteriores, pero imprimiéndole su propio paso personal”.

“Por eso, te deseo de corazón, todo bien. Cuentas siempre con la asistencia de nuestra Arquidiócesis, los equipos decanales, los equipos vicariales y todo el proyecto del Plan Pastoral. Que la fuerza del Resucitado te acompañe, inspire, te sostenga y te anime”, fueron las palabras de monseñor Elías dirigidas al Padre Nelson.

Finalmente, al término de la Misa, el Padre Nelson manifestó su alegría por esta nueva misión pastoral encomendada: “Gracias a Dios por la vida, gracias a todos por estar aquí. Por primera vez aceptó ser párroco, ya que, meses anteriores había dicho que no, ahora, a mis 50 años, dije que sí. Oren por mí, participemos todos en unidad, estemos siempre unidos en la oración y cuando necesiten de mi ayuda pastoral, con mucho gusto”.

La Eucaristía contó con la presencia de la alcaldesa de Barranco, Jessica Vargas Gómez; asimismo, de religiosos y religiosas de la orden franciscana, laicos de los diferentes grupos de la parroquia, y familiares y amigos de Fray Nelson.

La Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima anuncia el lanzamiento de unn Diplomado en Teología, pronto a iniciar en el el mes de mayo de forma virtual, a través de la plataforma Meet.

En ese sentido, este diplomado es un programa de posgrado que ofrece a todos los fieles, aprender las nociones básicas sobre la reflexión racional de la fe cristiana, ayudándolos en la vivencia de su propia fe.

De esta manera, el programa está dirigido al público en general que cuente con el grado de Bachiller y muestre interés por recibir formación teológica. Asimismo, el diplomado tiene una formación de 12 meses, en el horario de martes y jueves de 6:30 a 9:45 p. m.

Los requisitos para la inscripción son: llenado de la ficha de inscripción virtual, copia simple del DNI o carné de extranjería, 01 foto digital en fondo blanco, la presentación del currículo sin documentar, copia simple del grado académico de Bachiller y una carta de presentación emitida por alguna autoridad eclesiástica.

Entre los cursos a dictarse se encuentra el de Teología Moral, de Introducción al Antiguo Testamento, Introducción al Nuevo Testamento, Teología de la Eucaristía y otros con temas actuales de Teología. Para más información, pueden escribir al correo info.posgrado@ftpd.edu.pe o al siguiente número vía Whatsapp al 956350455

El arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, aseguró en la noche de la Vigilia Pascual, que todos estamos llamados a «entrar al sepulcro» de nuestros problemas para encontrar al Señor que quiere resucitar en nuestros corazones: «Volvamos al primer amor que viene de parte de Dios, para que empecemos un camino vocacional, generando familia, generando una vida de laico o una vida de sacerdote, pero en donde siempre está el Señor, diciéndonos: “Alégrate, no temas, estoy contigo siempre”

«Con la Resurrección, Jesús ha querido comunicarnos que su amor nos reengendra, nos permite volver a nacer. Él nos ha reengendrado con una esperanza viva, no una esperanza muerta», reiteró el prelado en su homilía.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

Con la Resurrección de Jesús «empieza otro camino, el camino de la Iglesia», un camino donde tenemos que aprender a dejarnos acompañar por Él y saber «identificarlo en el ser humano más débil y despojado» porque «todos somos importantes para el Señor y tenemos que remitirnos a esa fragilidad para ser solidarios». 

Comentando el Evangelio de Mateo (28, 1-10), Monseñor Castillo aseguró que, al igual que María Magdalena y la otra María, tenemos que atrevernos a «entrar al sepulcro» de nuestros problemas «porque es allí que el Señor se depositó para resurgir y hacernos a nosotros reengendrar y regenerar nuestras vidas».

Debemos atravernos a mirar en el corazón de lo que sufrimos, a mirar nuestras heridas, nuestros pecados, nuestras alegrías y penas, para comprender lo que vivimos y apreciar cómo está presente allí, en medio de todo, el Señor que siempre nos perdona y nunca nos abandona.

El arzobispo de Lima destacó la capacidad de las mujeres en el sepulcro para involucarse a fondo en el acontecimiento que ocurría. «Solo cuando uno se atreve a meterse y entender qué problema tengo, dónde estoy, en qué país estamos, qué problemas hay, cómo están las cosas, dónde están las dificultades, podemos hallar alguna sorpresa interesante. Las mujeres nos enseñan ese camino, afrontar, no evadir, no escaparse, afrontar la realidad», remarcó.

No temamos afrontar, ver cara a cara dónde están los problemas. No hay que temer “entrar al sepulcro” a buscar a Jesús, Tenemos que ir al sitio donde está el Señor para escuchar su Palabra, ir a su encuentro y salir después en misión para afrontar el mundo difícil.

Las mujeres, narra el Evangelio, tienen una actitud de obediencia: se marcharon a prisa del sepulcro. «Estaban asustadas y, a la vez, llenas de alegría; lo propio cuando uno tiene que enfrentar una realidad difícil y, simultáneamente, empieza a darse cuenta de que hay cosas interesantes que pueden solucionarse», manifestó el prelado.

Anunciar la alegría de la Resurrección no es anunciar una alegría hueca. Anunciar la Resurrección es vivir hondamente el drama del Señor en su muerte, dejar escuchar en nuestro oído su Palabra y obedecerlo para poder encontrarlo.

“Él se ha levantado de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán”, dice el Evangelio. ¿Por qué Galilea? El Papa Francisco nos recordó que este gesto (ir a Galilea) es una profunda interpelación del Señor a pensar siempre en las zonas periféricas y marginales, allí donde Jesús comenzó su caminó y escogió a sus discípulos. De igual manera, estamos llamados a «identificarnos con todo lo que Dios nos dio desde nuestras «galileas». No podemos olvidar de que todos tenemos un origen humilde, para no olvidar jamás a los humildes, a los pequeños, y pensar siempre y organizar nuestras vidas ayudando, compartiendo y haciendo posible la vida de los que están en el margen», señaló Monseñor Carlos.

El Señor nos pide que volvamos, todos, a recordar nuestros inicios. Luego, actualizarlo en la nueva situación que estamos viviendo para que renovemos la primera alegría y sigamos caminando en nuevas situaciones, siempre con el recuerdo del primero, renovado y restablecido.

El Viernes Santo, luego de la Celebración de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, cientos de laicos se congregaron en los exteriores del Balcón del Palacio Arzobispal, para recibir junto a monseñor Guillermo Cornejo, obispo auxiliar de Lima, a las sagradas imágenes del Cristo del Descendimiento y Nuestra Señora de la Soledad.

En comunidad, todos los presentes oraron, pidiéndole a Cristo y bajo la intercesión de nuestra Santa Madre, por el don de la vida. Asimismo, los hermanos de la Cofradía de la Soledad fueron los responsables de la oración, quienes, llegaron con pancartas alusivas al tema y banderas blancas en señal de paz.

Por su parte, Monseñor Guillermo Cornejo a inicio del acto religioso, señaló que en este Viernes Santo es necesario que sigamos profundizando en el misterio de amor, que se entrega por nosotros: “Estamos aquí para vivir nuestra fe, acompañando a nuestras imágenes y también por vivir nuestra fe en estas procesiones. También nos hemos acercado aquí, a la Catedral, para vivir nuestra Semana Santa. Que esta Semana Santa y, en especial, este Viernes Santo, nos pongamos en una actitud muy profunda, en una actitud muy espiritual.

Por otro lado, nuestro obispo auxiliar nos invitó a comprometernos y disponer nuestras vidas a Jesús: “En este día hemos escuchado la pasión de nuestro Señor Jesucristo, momentos de mucho dolor, momentos muy fuertes, pero también, dentro de ello, Jesús nos comparte su vida y nos demuestra que todo lo que ha hecho, es estar muy comprometido con la humanidad y dar su vida por amor”.

Finalmente, monseñor Cornejo llamó a la reflexión en esta Semana Santa a que todos nos comprometamos de corazón con Jesús y permitirle sea el centro de nuestras vidas: “Vamos a comprometernos con nuestro Señor Jesucristo, que es el pan que ha bajado del cielo, que realmente nos comprometamos de corazón, que Jesús sea el centro auténtico de toda nuestra vida cristiana, y que nosotros a partir de esta Semana Santa, de estos momentos difíciles sintamos un momento de convertirnos, de ponernos en las manos del Señor y de comenzar una nueva vida con Dios”.

Al término de la oración, Monseñor Guillermo Cornejo, incensó al Cristo del Descendimiento y Nuestra Señora de la Soledad y entregó una ofrenda floral a nombre del Arzobispado de Lima. Posteriormente, ambas imágenes retornaron en procesión al Santuario de Nuestra Señora de la Soledad. De igual manera, la cofradía encargada, brindó una ofrenda con útiles escolares en favor de los hermanos de nuestras periferias.

Este Viernes Santo, Monseñor Carlos Castillo, presidió el oficio de la Pasión del Señor desde el Santuario de Las Nazarenas. En su homilía, el prelado hizo un llamado a que, dejándonos interrogar e interpelar por la entrega de Jesús en la Cruz, aprendamos a donarnos generosamente y anonadarnos como Él lo hizo. Para ello, es necesario ahondar en nuestros límites y en todas aquellas cosas que nos impiden amar verdaderamente. «Todos, para Jesús, somos importantes, nadie está de sobra en este mundo», aseveró el prelado. (leer transcripción de homilía)

Leer homilía de Monseñor Castillo (transcripción)

El arzobispo de Lima inició su homilía recordando que el Viernes Santo es el único día del año en que no celebramos la Misa porque «nada sustituye el acontecimiento de la entrega generosa y total de Jesús por mostrar que Dios es amor y solamente amor».

Por lo tanto, este es un día para dejarnos interrogar y llevar por la delicadeza de Jesús: «Estamos llamados a generar sentimientos de misericordia en forma inteligente, acciones misericordiosas en forma fiel, así como Jesús lo hizo, acompañando, desde Galilea, el camino de su pueblo, reuniendo a los amigos, ayudándolos poco a poco a comprender este misterio que nos sobrepasa», expresó.

Nunca se escuchó hablar, antes de Jesús, de un Dios que nos amara de esta forma, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Jesús nos invita a amar al Padre amando siempre al Otro, al hermano, al que está sufriendo.

En otro momento, Monseñor Castillo afirmó que Jesús prefirió morir antes que bajarse de la Cruz a vengarse de sus enemigos. Este representa «el legado más importante de toda nuestra historia de la fe cristiana», sin embargo, es muy difícil de comprenderlo, pues nos cuesta mucho perdonar y corresponder a Dios en fidelidad, especialmente, cuando no sabemos cómo responder con cautela, orden, amor verdadero y conversión.

«Existen personas y grupos qué se ensañan en pensar que, solamente destruyendo al otro porque me cae mal, o porque lo considero de segunda clase, migrante o de otro color, yo puedo descargar todos mis odios contra él y destruirlo. Sin embargo, a través de su sacrificio, Jesús nos enseña que, si Él elige renunciar a vivir en esta vida, es para que sepamos todos que Dios mismo se anonada para poder dar vida», reflexionó el obispo de Lima.

Dios está metido en nuestra naturaleza humana, pero tenemos que conocerlo un poco más y no temerle. Eso es lo que hizo Jesús: darnos los criterios, y después, nos dejó a nuestra creatividad para hacer este mundo.  ¿Y cuál es el criterio básico? Donarse generosamente al Padre y a los hermanos.

Este Viernes Santo, el tradicional Sermón de las 7 Palabras congregó a cientos de fieles en el Santuario de las Nazarenas. Este año, los predicadores elegidos fueron agentes pastorales de nuestra Arquidiócesis, sacerdotes, religiosas, un matrimonio de la Pastoral Familiar y el coordinador arquidiocesano de la Pastoral Juvenil.

A continuación, compartimos las reflexiones que nos dejaron cada uno de los predicadores:

Primera palabra:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»

Monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima y Primado del Perú

Estas primeras palabras de Jesús (apenas ha sido crucificado), nos muestran que Jesús, desde que fue engendrado, estaba envuelto en el amor misericordioso de su Padre generador por amor. Jesús fue generado en María para perdonar todos los males de la humanidad, para ayudarla a encontrar el sentido de su existencia en la tierra.

Él fue engendrado y nació de María para una misión perdonadora, para derramar la gracia, es decir, el amor gratuito que perdona sin medida y que no pide ni exige nada a cambio. Él, que hizo siempre el bien y que es el inocente crucificado, no tiene en cuentra nuestros delitos. Nos ama porque somos hijos, como Él, de su Padre.

Por eso, en el momento en que consuman la sentencia injusta, y ya estando en la Cruz, no solo perdona a los trabajadores que lo han levantado, ni solo a los malhechores que fueron crucificados con Él, ni solo a los soldados que se reparten sus vestidos y los echan a suertes, ni solo a los magistrados que hacen muecas y lo desafían a que demuestre que es el Cristo de Dios o el Rey de los judíos salvándose a si mismo. Él dice: «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen», es decir, es un perdón dirigido a toda la humanidad, la que camina en sus quehaceres, inconsciente del sentido por el cual hemos sido creados, y actúa en la mayoría de las veces por ignorancia inmediata o profunda, sin saber lo que se juega y se arriesga en cada paso de su vida.

En efecto, los humanos actuamos, sobre todo, por necesidad de supervivencia, e incluso, siendo a veces necesidades elementales, podemos no darnos cuenta de que, a veces, buscamos el pan y el vestido a cualquier precio. Tratamos de que no sea así, en la mayoría de los casos, pero hoy sabemos que se ha extendido en el mundo, un modo inhumano de obtener recursos que pone en riesgo las vidas de las personas, incluso, las nuestras. También actuamos por los cálculos e intereses, deseos y apetencias, impulsos y proyectos que provienen, no tanto de la necesidad sino de planes, donde se juega, sobre todo, la apropiación de bienes y dinero, y no
sabemos lo que hacemos, cuando no medimos que esos planes afectan la vida de otro y nos estamos aprovechando en demasía y, a veces, injustamente.

No sabemos lo que hacemos, además, cuando sumidos en las costumbres que aprendimos, recurrimos a ellas como si fueran sagradas. A eso, varias veces, nos hemos referido cuando actuamos porque «‘así será, pues, padrecito», sin ver
el mal que implican: por ejemplo el maltrato a la mujer, que la considera un objeto de uso, el machismo desenfrenado, el desprecio por quien no piensa como siempre se ha pensado, o que no piensa de acuerdo con mi ideología. O los prejuicios racistas que vienen, en mucho, de herencia colonial; o pensar y propagar que todos los migrantes deben estar bajo sospecha.

No sabemos lo que hacemos cuando, como el Sanedrin y los magistrados judíos, así como los gobernantes romanos y Herodes, quienes sentencian y admiten la sentencia de un inocente, y se encuentran con la sorpresa de que habían sentenciado a Dios. Los que llegan a tener poder y son poderosos en el mundo, pueden emborracharse con el poder, se pueden creer incuestionables, incriticables. Y eso, va para todos los que somos dirigentes,todos los que dirigimos una comunidad, una hermandad, un país, una sociedad, una empresa, por costumbre, que también implica nuestra participación, dejamos hacer porque es el que dirige y lo endiosamos.

«Padre, perdónalos», Jesús no nos esta diciendo: Padre, «borrón y cuenta nueva». Él está diciendo «borrón y vida nueva», vida que acoge su perdón gratuito, pero que llama a recapacitar, a rectificar, aprendiendo a ser consciente del sentido de lo que estamos haciendo. Borrón y vida nueva, basada en una fe consciente que asume la responsabilidad y rectifica, devuelve bien por mal, reordena en base al respeto, desiste y reconoce las causas y, también, aprende a pedir perdón a quien se ha dañado, y restituye los daños del mal hecho, investiga las causas y aplica la justici con misericordia suficiente para que la personas y los suyos cambien a mejor.

«Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen», es una gracia para aprender pedagógicamente a borrar poco a poco todo lo malo que hacemos y empezar una vida nueva basada en ese amor gratuito como ha sido la vida del que no tiene pecado, que se hizo pecado para que comprendamos el sentido que Él sólo nos podía revelar. Y, por eso, antecede Jesús: “Padre, perdónanos, porque no saben lo que hacen”.

Dios es nuestro Padre, somos sus hijos, y Dios sabe muy bien que nos hizo para ser hermanos. Dios no descansará de estar en la Cruz, como dijo el Papa a todos nosotros: “Clavado, como nuestro Señor de los Milagros, en la Cruz, no por la fuerza de los clavos, sino por su infinita misericordia”. Ese Padre persiste e insiste que, a través de la generosa decisión de amarnos, nos hará a todos generosos y generadores de una vida nueva y de un Perú nuevo.

Segunda Palabra:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”

Julio Combe y Mary Espinosa (Matrimonio de la Pastoral Familiar)

«Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”»

Compartían con Jesús el suplicio de la Cruz dos hombres condenados a muerte, pero uno de ellos, quien ya no tenía esperanzas de salvarse, toma la decisión firme y de corazón de arrepentirse y mira a Jesús y le suplica con sinceridad: “Señor acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.

El pecador, a pesar de su miseria, tiene el poder de tomar decisiones y optar, con arrepentimiento sincero, entrar al Reino de Dios, Reino que Jesús nos mostró de manera especial a través de parábolas. Jesús nos decía que el Reino de Dios es semejante a un granito de mostaza que, sembrado en el corazón del hombre, crece y produce frutos de vida nueva, buscando la transformación del mundo; Jesús también nos decía que el Reino de Dios es semejante a un tesoro escondido, y cuando alguien logra encontrarlo, vende todo cuanto tiene para quedarse con él, porque es el tesoro que necesitamos encontrar, valorar y difundir en el mundo.

El ladrón que acompañaba a Jesús en su suplicio albergaba en su corazón, esa semilla de mostaza de la cual hablaba Jesús y anhelaba encontrar ese tesoro escondido. Su arrepentimiento hace que la semilla brote y que encuentre el tesoro y a pesar de que está casi al final de su vida, Jesús escucha su arrepentimiento sincero y mostrando su compasión y lo perdona, aún en el momento de dolor de la cruz, como un Padre generoso y acogedor, decide brindarle las palabras que le abren el Paraíso. Hasta el último minuto de nuestras vidas, tenemos la esperanza del perdón.

Encontrar nuestra vocación y seguirla es una decisión. En nuestro caso, haber formado una familia, fue una decisión que se inició con el amor que nos profesamos en el momento de decir: “Sí, te acepto para amarte todos los días de mi vida”, aceptamos la tarea de formar y crecer juntos como familia, aceptamos construir una vida nueva en la que ya no somos seres individuales, sino seres que se complementarán para buscar la transformación del mundo. Esta transformación del mundo empezó en nuestro entorno: con nuestros padres, hermanos y posteriormente con nuestros hijos.

La Familia es el espacio acogedor que forma a los seres que están a su alrededor y se convierte en la sede de la cultura por la vida. La Familia, hasta el último minuto al igual que Jesús en la cruz, tiene la capacidad de enseñar y cultivar en los hijos a través del ejemplo, el respeto a la dignidad de las personas. Esto empieza por nosotros mismos, por querernos y respetarnos, entendiendo que nuestro cuerpo es templo del espíritu santo y no tenemos que dañarlo. Si nuestra familia nos enseñó a amarnos, será más sencillo amar al prójimo, a quien debemos apoyar en momentos de adversidad y dolor, y bajo cualquier circunstancia, respetar su dignidad como persona e hijo de Dios, lo que implica respetar sus derechos como seres humanos, para finalmente, cuando la vida de padres, abuelos, tíos se va apagando, devolver con amor los cuidados que nos prodigaron en la infancia.

La familia, como santuario de la vida, es capaz de protegernos de las amenazas que enfrentamos como la discriminación, el Bull ying, los problemas de salud mental, la trata de personas, el maltrato a los enfermos y ancianos, que desencadenan situaciones de muerte como el aborto, los asesinatos, el feminicidio, el abuso de la fuerza, los suicidios y la eutanasia.

Jesús, a partir de sus enseñanzas públicas, nos muestra el Reino de Dios como un Reino que da vida, misericordia y perdón hasta el último momento. Y éste último momento lo demuestra en la cruz. Jesús da testimonio, el testimonio último y definitivo, la revelación suprema, de que Dios quiere salvar a los hombres que deciden por la conversión y por la Fe, pero por, sobre todo, la salvación por la pura gracia, tan solo por ser hijos de Dios. La salvación por tener la dignidad de ser humano.

Los ladrones que son crucificados con Jesús representan dos posiciones: luz y tinieblas, fe e incredulidad, libertad para decidir entre lo uno y lo otro. Uno de los ladrones prefiere quedarse en la tiniebla, en el error de sus faltas. El otro, al ver morir a Jesús, encuentra la luz, suplica con fe y pide misericordia, arrepentido de corazón por sus faltas. Jesús, mirándole seguramente con inmensa ternura, ve en él a un pequeño, a uno a los que Él había dicho que el Reino de Dios es un tesoro escondido, es un ladrón que quizás cometió faltas contra la vida, pero que supo escuchar con el corazón y a quien se le reveló el Evangelio de la Gracia en el último momento de su vida.

En el día a día siempre nos enfrentamos a situaciones complejas y debemos tomar decisiones. Decidimos por una cultura de muerte que nos sume en el individualismo, la superficialidad, el consumismo, los vicios, el desperdicio, la falta de respeto a nuestros hermanos y el menosprecio de sus vidas o podemos decidir por una cultura de vida, por el cuidado de nuestra casa común y el respeto por nuestros hermanos y hermanas. En nosotros está ser esas personas que optan por encontrar la conversión sincera y la Fe en una cultura de vida amparada y cuidada por la familia.

Para nosotros como familia, optar por una cultura de vida significa permanecer y estar para nuestros hijos, decirle no a la discriminación en todas sus manifestaciones, preocuparnos por la salud mental de las personas de nuestro entorno, prestarles apoyo y comprensión, aceptar que somos diversos, enseñando sobre el respeto a la dignidad de las personas y el cuidado de nuestros enfermos y ancianos. Pero por, sobre todo, continuar hasta el último momento en nuestra función de acogida a los seres que nos necesitan.

El Paraíso nos lo muestra Jesús con los valores proclamados en el Evangelio: la entrega sin límites, la honestidad, la verdad, el servicio, la compasión con los más necesitados y el perdón; Él es el camino, la verdad y la vida. Así lo descubrió el ladrón arrepentido al final de su vida.

Tenemos 22 años de casados y dos hijos varones, Miguel de 18 años y José de 5 años. Durante estos años juntos, como pareja y como familia, nuestro día a día implica tener una capacidad amplia de perdón y comprensión frente a situaciones desde lo más domésticas como olvidé ordenar la habitación, no hice la tarea o me olvidé de avisar que iba a llegar tarde luego del trabajo, hasta situaciones que consideramos más complejas, como lidiar con la influencia externa que puedan tener nuestros hijos, sobre todo cuando son mayores y asisten a la universidad, y que de alguna manera cambian su manera de pensar, alejándolos un poco de aquellas cosas que les hemos inculcado. Al igual que Jesús, que es paciente y espera que nos acerquemos a Él, nosotros estamos aprendiendo a ser pacientes y esperamos que las decisiones que tomen los lleven a ser mejores personas.

San Francisco de Asís nos decía: “Hemos sido llamados a sanar heridas, unir lo que se ha derrumbado, a traer a casa a los que se extraviaron”.

Señor, gracias porque estás dispuesto a darnos el Paraíso, la felicidad a los pobres de espíritu, a quienes tiene hambre y sed de la justicia, a los misericordiosos, a los que tienen el corazón limpio de odios y mentiras, a los que trabajamos por forjar la paz y una cultura de la vida.

Tercera Palabra:
«Mujer, he aquí a tu hijo. He aquí a tu madre»

Matilde Ancco, religiosa de la congregación Hijas De San Camilo

Jesús viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí dijo a su madre “mujer ahí tienes a tu hijo y al discípulo “ahí tienes a tu madre”.

Era la última donación de Jesús antes de su muerte, nos dio a su madre como madre nuestra. María contempla a su hijo en un estado de dolor, que humanamente no se puede soportar, ¿cómo estaría el corazón de esta madre?

Jesús antes de entregar su espíritu al padre, quiere aliviar la orfandad del discípulo y aliviar la soledad de María primera seguidora fiel de Jesús que desde el principio fue advertida por Simeón,” una espada atravesara tu corazón”, palabras que guardaba y meditaba en su corazón de madre.

En esta escena dolorosa, contemplamos el triunfo de la providencia de DIOS, que, desde la creación, lo cuido en momentos tan dolorosos de la historia de salvación, con mano firme, con corazón maternal de Dios, saco al hombre del abismo del pecado, dando nueva vida, una y otra vez, cual madre amorosa nos auxilia y nos muestra el camino para llegar a la patria eterna.

Jesús nos dio una madre providente, madre firme al pie de la cruz, que se cruzan miradas de angustia, de dolor con su hijo, pero también palabras de confianza pues Jesús sabe que Juan cuidara de María, sabe que la cuidaremos y la amaremos a María, aprendamos a ser discípulos fieles de Jesús, acogiendo sus consejos para andar por la senda correcta que hoy más que nunca le cuesta al hombre de estos tiempos vivir en honestidad, en la verdad, en el sacrificio, en la abnegación de virtudes cristianas, aprendamos de María a respetar la vida a protegerla evitando la promulgación de leyes que atentan contra ella.

Debemos sentirnos discípulos dichosos al tener algo propio de Jesús su santa madre como madre nuestra, su puesto de madre en la iglesia será para siempre: desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. Aquella es la hora de Jesús, que inaugura con su muerte redentora una era nueva hasta el fin de los tiempos. Desde entonces si queremos ser cristianos, debemos ser cristianos, debemos ser Marianos para ser buen cristiano es preciso tener un gran amor a María. La obra de Jesús se puede resumir en dos maravillosas realidades: nos ha dado la filiación divina haciéndonos hijos de Dios, y nos ha hecho hijos de Santa María.

La Virgen ve en cada cristiano a su hijo Jesús. Nos trata como si en nuestro lugar estuviera Cristo mismo. ¿Cómo se olvidará de nosotros cuando nos vea necesitados? ¿Qué no conseguirá de su hijo en favor nuestro? Nunca podremos imaginar, ni de lejos, el amor de María por cada uno. Al participar en la Santa misa “en el sacrificio del altar, la participación de Nuestra señora nos evoca el silencio recatado con que acompaño la vida de su Hijo, cuando andaba por la tierra de palestina así también acompaña en el sacrificio continuo de la trinidad; por voluntad del Padre, cooperando con el espíritu santo, el hijo se ofrece en oblación redentora. En ese insondable misterio, se advierte como entre velos el rostro purísimo de María: hija de Dios Padre Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo.

Ayer hoy y mañana María al pie de la cruz nos enseña a amar, a sacrificarse, a disculpar, así son las madres que tienen muchas cargas que llevar, madres que tienen que trabajar incluso como un varón, con fortaleza, madres fragmentadas.

Madres que llevan cruces dolorosas al contemplar como en este mundo hay personas de maldad que llevan a la muerte lenta a sus hijos sumergiéndolos en el mundo de las drogas en diversas formas, en mi campo de servicio desde un centro de salud, contemplo a tantas madres que vienen  con el corazón destrozado al querer salvar a sus hijos de una enfermedad, que algunas veces no tiene cura, madres que suplican oraciones por un hijo enfermo, madres que suplican una referencia a especialidades en el hospital, madres agotadas por los años que llegan solas sin la compañía de un hijo; y disculpan la ausencia de su hijo o hija.

Al contemplar a María al pie de la cruz de su hijo me viene a la memoria aquella madre de rodillas al pie de la cama de su hijo en un hospital al fondo de un pabellón que sufría indeciblemente que se aferraba a la vida, cuerpo destrozado que tenía pocas probabilidades de vivir pues había sido asaltado y por defenderse lo apuñalaron en la parte abdominal, en el pecho, joven con solo 19 años de vida hijo único bañado en fiebre y la madre lo secaba constantemente y susurra al oído al hijo “hijito la madrecita de Guadalupe te va a curar le pedirá a su hijo Jesús”, mujer tan sencilla pero confiada en Dios, así es Santa María que desde su “FIAT” estuvo firme ante el proyecto de Dios.

Con ella podemos ofrecer toda nuestra vida, todos nuestros pensamientos, afanes trabajos, acciones, amores identificándonos con los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.

Seamos como el discípulo amado que acogió a Santa María con tanto cariño pues amaba a su Hijo Jesús este es el camino para ser de verdad discípulos de Jesús. Que nunca olvidemos cuán importante es Santa María en nuestra vida. Un verdadero cristiano debe imitar a Jesús por lo tanto debemos amar a María con radicalidad.

Acoger a María como madre es un camino exigente, la verdadera devoción a Santa María exige en nosotros una vida santa, esforcemos en por cuidar nuestra alma y no pactar con el pecado. Como María estamos llamados a tener el buen olor de cristo.

Jesús jamás nos abandonará, en nuestros momentos de dolor de angustia de soledad nos dirá “ahí tienes a tu madre, seamos agradecidos siendo discípulos fieles.

Cuarta Palabra:
«Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?»

Padre Arturo Alcos, decano del Decanato 2 (Párroco de la Parroquia Sta. Magdalena Sofía Barta, de El Agustino)

Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor.

Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Elí, Elí, lama Sabactani? Que quiere decir: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”  

No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas. Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz.

Jesús grita ahora. Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único”, “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.

Este momento de la Pasión de Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su padre.

Y si la Pasión de Jesús, el Hijo bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada, ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de Dios. Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre.

Jesús en la Cruz, fue abandonado por todos, excepto por María su madre, por Juan y por unos pocos discípulos. Sus palabras, sus gestos, su doctrina habían desconcertado a muchos. Los jefes del pueblo lo habían rechazado; las gentes sencillas habían pedido su condena. Un discípulo lo traiciona, otro lo niega y casi todos huyen y lo dejan solo ante el suplicio de la Cruz. Se cumple así la profecía: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. Al final Jesús se queda solo y en soledad. ¿También lo abandona Dios, su Padre? De ningún modo.

El Padre nunca desamparó ni abandonó a su propio Hijo en la cruz. Jesús nunca dejó de existir en el Padre, ni el Padre en Él. 

Las palabras de Jesús no eran blasfemas, Las palabras de Jesús manifiestan su angustia profunda, pero reflejan también su oración confiada. Jesús ora y cumple la voluntad de Dios. Jesús se pone en las manos de Dios, su Padre, y acepta sus designios para Él.  Jesús sabe que su Padre le responderá a su tiempo y en su momento. Por eso, Jesucristo no fue derrotado, ni acabó en un fracaso total, ni sucumbió a la desesperación. En medio del dolor, Jesús espera, confía en el Padre. 

Es verdad que Cristo pasó por la cruz y por la muerte. Pero no terminó todo ahí. Hubo para Jesús una mañana de luz y de vida: mañana de resurrección. A Jesús le esperaba la vida divina que sólo Dios conoce. El Padre acreditó a Jesús.

Jesús fue obediente a su Padre. Así lo expresó “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Más tarde dirá a sus discípulos que su vida está puesta bajo el signo de la obediencia al Padre: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”. Y otro día, en el huerto de Getsemaní, suplicó a su Padre “que no se haga mi voluntad sino la tuya”. San Pablo años más tarde dirá: “Jesucristo se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”. A la luz de toda la vida y ministerio de Jesús podemos afirmar que Jesús se mantuvo siempre fiel y obediente a su Padre.

También nosotros hemos de pasar algún día por el sufrimiento y la muerte. Hagamos nuestra la experiencia de Jesús. Pongámonos en las manos de Dios y no nos apartemos jamás de él. Confiemos en Dios que no abandona nunca a sus hijos y siempre llega a nuestras vidas. Así lo expresa confiadamente el salmista: “El Señor es mi Pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”.

Nuestro Dios no es Dios de abandonos, sino de encuentros. Nuestro Dios es el Dios que dice: “Mira, yo estoy llamando a la puerta. Si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” .

Dios jamás abandona a los hombres. Somos los hombres los que nos alejamos de Él, los que le damos la espalda, los que fingimos ser ciegos y sordos ante sus llamadas. Así como Dios no abandonó a su Hijo en la cruz del Gólgota, tampoco deja o desampara a los que hoy están clavados en la cruz del sufrimiento:

Dios no ha abandonado a los millones de pobres que sobreviven en las periferias existenciales.
Dios no ha abandonado a los que buscan trabajo y mejores condiciones de vida.
Dios no ha abandonado a los que por culpa del egoísmo y de la ambición deben trabajar en condiciones injustas e indignas.
Dios no ha abandonado a los que ven disminuidos sus salarios y pensiones por perversas reformas legislativas.
Dios no ha abandonado a los enfermos a quienes se les vulnera su derecho de acceso a los servicios de salud.
Dios no ha abandonado a las víctimas de la violencia, delincuencia y subversión.
Dios no ha abandonado a los que soportan en estos momentos las inundaciones y huaycos en el norte de nuestro país.
Dios no ha abandonado a los que sufren las guerras y sus consecuencias.

El sufrimiento de Cristo simboliza el sufrimiento del ser humano. Jesús, en la agonía de la Cruz, experimenta en su alma los efectos del pecado de la humanidad, es decir, experimenta la ruptura de la comunión con Dios. Desde la Cruz veía a todos los hombres y mujeres que sufrirían:

Sintió en sus propias llagas las infinitas llagas de todos los cuerpos que serían torturados por el hambre y la miseria.
Sintió las heridas que son consecuencia de la injusticia y la crueldad, el dolor de las llagas de los encarcelados, de los rechazados y despreciados por la misma sociedad.
Sintió en su pecho el dolor que siente un anciano cuando es olvidado por los suyos.
Sintió en la piel, el ardor de todos aquellos que serían marginados por su raza. Y esas voces, desde el silencio se unían a la de Jesús diciendo: ‘Señor, Señor… ¿Por qué me has abandonado?

Jesús, Más que sentirse abandonado por Dios, hoy, se siente abandonado por todos nosotros que lo rechazamos, que hemos olvidado su amistad y que dio la vida por nosotros y no queremos aceptar su salvación. Él siente en su propia carne el dolor de nuestros pecados, los tuyos y los míos; y ese fue el precio por nuestra redención. Nos toca decir: “Sí, Señor, lo reconozco; fue por mí, por mis pecados que estás en la cruz”.

Este es el sentido de la cuarta palabra de Jesús en la Cruz, es la de redimir al hombre en su totalidad destruyendo el pecado y la muerte, infundiendo nueva vida, su propia vida, la vida de la gracia, la vida eterna.  No nos sintamos abandonados, Él está con nosotros, por nosotros y para nosotros. Pidamos, pues, poder vivir bajo su amparo y con el amor del Padre.

ORACIÓN: Señor Jesús, amado hermano, Tú, que experimentaste el dolor y la soledad ayúdanos a encontrarte siempre presente en nuestras vidas y que no tengamos más esa sensación de abandono. Tú, que nos pides aliviar el sufrimiento de los hombres, muéstranos el camino. Señor, ten piedad de nosotros y de todos los corazones agonizantes. Que tu inmenso amor nos acompañe siempre. Amén.

Quinta Palabra:
«Tengo sed»

Sr. Jesus Palomino, laico. Miembro del Consejo Directivo del Movimiento por un Mundo Mejor

En esta quinta palabra, vamos a reflexionar sobre el sentido de la palabra: “Tengo sed”, que pronunció Jesús. 

Jesús tiene una sed inmensa, tremenda, ha sudado, ha transpirado muchísimo, ha derramado sangre también. Los médicos no dicen que, cuando hay esta deshidratación en el ser humano, los músculos se contraen, los miembros se acalambran y, entonces, el dolor se hace tremendamente inmenso. Pero no es solamente el dolor, sino que la sed también es agobiante, es tremendamente dolorosa, pero eso es la sed, el sufrimiento de Jesús, en cuanto hombre, en cuanto persona.

Sin embargo, la sed de Jesús es mucho más profunda, la sed de Jesús tiene sed de almas y, para eso, vino a este mundo, para salvar a todos y que ninguno se pierda. 

En esta Semana Santa, debemos preguntarnos si verdaderamente nosotros amamos a Dios o somos indiferentes al amor de Dios. Reconocer en nuestra vida el amor de Dios exige cambiar de mentalidad, para renacer a un nuevo estilo de vida, dejarse amar por Dios. Esta es la primera sed que tiene Jesús.

La segunda sed que tiene Jesús en la Cruz, es precisamente que quiere que se realice, en el mundo, el Reino de su Padre. Jesús es un apasionado del Reino de Dios, es un apasionado de la Gloria de Dios, Él pasó por el mundo predicando la llegada del Reino, y puso como condiciones para entrar a ese Reino, la reconciliación conmigo mismo y con el hermano, la renuncia al pecado y la necesidad de renacer a una nueva vida para, de esta forma, ir delineando una nueva convivencia humana acorde con el corazón de Dios.

Pero, también, a través del tiempo, Jesús se adelanta a los tiempos, se descubre como una sombra de muerte que ennegrece la vida de los pueblos de la humanidad, la misma que atenta contra el proyecto de Dios en el mundo, un tiempo que está marcado por grandes cambios, un tiempo en donde se relativiza la verdad, se relativiza la fe, la ética y la moral; un tiempo donde la injusticia se ha instituido como un cáncer maligno, que va corroyendo todo el cuerpo social.

Jesús quiere un mundo donde la gente viva como hermanos, en fraternidad y en solidaridad. Jesús anhela una humanidad nueva, una humanidad que decida ser la Gloria y alabanza suya, y que le sirve en santidad.

Por eso, es necesario, ir creando instancias de participación, desde una iglesia misionera. Y todo bautizado, todo miembro de la iglesia, es también, por naturaleza, misionero. Este es el gran sueño de Jesús y este es el gran sueño que esta Arquidiócesis de Lima ha asumido en su proyecto pastoral, y que quiere hacerlo en unidad, quiere hacerlo en fraternidad, con la participación de todos.

La sed de Jesús expresa las sequedades más profundas de nuestra alma, de nuestra vida y, también, de nuestra historia. Nuestro pueblo tiene hambre y sed de Dios, y Jesús quiere saciar esa sed de nuestro pueblo invitándonos a trabajar junto a Él para hacer realidad esto.

Sexta Palabra:
«Todo está consumado»

Ángel Gomez, Coordinador arquidiocesano de la Pastoral Juvenil de Lima

Jesús está por llegar al límite, a punto de regresar su mirada al Padre, comprendiendo hondamente la misión que le fue confiada, con total nobleza dice antes: «Tengo sed», pero no se limita a una sed corporal, más aún, es una sed de realizar, con total entrega, lo que nuestro Padre le confió.

Por lo tanto, el grito de “tengo sed” debe interpretarse como sed de realizar plenamente la misión del Padre. Esto es coherente con lo que dijo ante Pedro que toma la espada: “¿Acaso no he de beber el cáliz que el Padre me ha dado?” es decir, ¿acaso Pedro vas a impedir que cumpla mi misión, que estoy sediento de realizar?

Juan es el único Evangelista que muestra a Jesús bebiendo el vinagre que se le ofreció. Jesús persiste en ser patrón de su acción hasta el filo de la muerte y, más bien, lleva a cumplimiento el plan divino.

Queridos hermanos: muchas veces nosotros no seguimos el ejemplo de Jesús, por el contrario, los jóvenes vivimos contra reloj, en el apuro de saber de qué manera conectamos mejor, o como decimos, cómo hacer match. Y así, dejamos a un lado el sentido hondo de apreciar cómo el Padre va actuando en nosotros, la realización de un proyecto que suscita, al igual que Jesús, una entrega generosa, que, en muchas ocasiones, nos lleva al límite de nuestras vidas.

Todo esto es opacado por las tendencias que, muchas veces, nos nubla el horizonte. Jesús tenía la certeza que aún así viviendo al límite, en el instante culmen de la vida, estaba en el camino de la realización de la salvación. Existe un sentido primario y un sentido ulterior de esta palabra.

La escena donde se recuerda la muerte de Jesús según san Juan (19, 28-30) puede leerse así: a) En un sentido más obvio: dado que jesus quiere cumplir perfectamente las promesas de la escritura, lanza un fuerte grito y suscita que los soldados le den algo para calmar el dolor, dándole de beber vinagre.. Jesús lo bebe, y pronuncia “todo está cumplido”, es decir, todos los textos de la escritura, y expira.

Esta lectura es legítima pero incompleta, ya que se refiere a dos cosas importantes, las promesas escritas, y la mision de Jesus que termina b) Pero hay un sentido más profundo o ulterior, que hay que rescatar dentro de este sentido obvio:

-Jesus no grita solo por el sufrimiento, sino “sabiendo que” debía cumplir las escrituras, es decir consciente de su decisión soberana de hacer la voluntad del Padre. Es decir, Jesus está plenamente consciente de su cumplimiento fiel, y por ello tiene el control de sí mismo en medio del dolor, soberano y patrón de su propio destino.

Después de haber bebido pronuncia su última palabra. Leída en sentido más inmediato (v30a) esta declaración Tetelestai significa que el crucificado sabe que ha llegado la hora de su fin. Pero tanto el v.29ª como el 13.1 (así como el capítulo en el evangelio de Juan) nos lleva a ver en este fin la dimensión suplementaria, es decir, la del cumplimiento de una promesa divina.. vivir al límite de situaciones como el de afrontar un aborto, vivir violencia en todas sus formas, vivir la injusticia de una muerte, nos encierra en un círculo, nos abre un sin fin de cuestionamientos, con respuestas que tardan, y a veces los intereses de terceros son el motivo de la demora en una respuesta por parte de los que estan legitimados en atenderlos como hoy bien conocemos, y en muchas ocasiones recibos respuesta ya preestablecidas( que como iglesia, a veces tenemos).

También vivir al límite de sentirnos debilitados y sin un horizonte claro corre sus riesgos, de dejar pasar a las personas que amamos ( nuestros padres, nuestros amigos, hermanos) y seguimos teniendo actitudes que cierran la fuente emanadora de vida que se nos puso en lo más hondo de nosotros, o al vivir en el filo de la vida es muchas veces que nuestras convicciones y valores sean exsarcebardas o minimizadas, Jesús sabe que es vivir al límite de la vida, al límite de la muerte tiene la certeza que está en la realización de un proyecto, el plan de la salvación del Padre.

Jesús nos muestra que el «todo está cumplido», no es un cumplimiento de que ya, no exijas más, de ya no hay más que hacer, no más debates, no más búsquedas, no más plenos, no más discusiones, Jesus por el contrario tomó este momento límite de su vida, al decir todo está cumplido, no se limitó, fue más allá, quiso mostrar y mostró al mundo que el entregarse por amor a sus hermanos no era acto protocolar o parte del discurso, era parte, y tenía que suceder para el cumpliento de la promesa del Padre que tanto tiempo nos iba hablando, y en Jesús se hace realidad.

Jóvenes, creyentes y no creyentes, señores, ¿sabes por qué Jesús te entiende? Jesús lloró, Jesús fue rechazado, burlado, herido, Él sintió miedo y fue traicionado y vivió el momento límite de la vida, y la tomó con en plena confianza al Padre. No es solo que todo “ha terminado”, tampoco es que todo se ha consumado, en el sentido cumplido como predeterminado, es decir, ineluctablemente tenía que ocurrir, es decir, todo ha sucedido mecánicamente.

Es un modo de decir, más bien, “se ha realizado plenamente en mí la misión de mi Padre, en todo lo que me mandó realizar, es decir en plenitud”. El fin de la vida de Jesús es la hora del cumplimiento de la revelación. Por ello, no debe entenderse como una pérdida, sino como una ganancia (cf. 16,7). No es simplemente la hora del retorno de vuelta al Padre, sino que la muerte en Cruz, en cuanto tal, constituye el cumplimiento de la revelación, sobre todo, a nosotros, jóvenes creyentes, no creyentes.

No veamos la vida como un cumpliendo de calendario, más bien, comprendamos que vale la pena vivir la vida, es vivir al límite de la entrega como Jesús poniendo nuestra mirada en el Padre que nos invita amar, mediante un entrega generosa dónde nos toque estar.

Séptima Palabra:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»

Padre Ricardo Medrano, decano del Decanato 3 (Párroco de la Parroquia Sta Teresita del Niño Jesús), Capellán Jefe del Hospital Rebagliati.

El Señor acaba de prometer el paraíso a un ladrón. Tengamos en cuenta que es un ladrón (un ladrón bueno), y que le prometió el cielo tan anhelado de todos. Desde la hora sexta hasta la hora nona, las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad, parece que la muerte ha vencido. Y en ese momento, el Señor clama con gran voz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». 

Es el momento final de su paso por la tierra. El Señor pone en manos del Padre, la vida humana que recibió de María santísima, su Madre, nuestra Madre. Vida que resucitará gloriosa al tercer día. Se ha terminado todo, la misión está cumplida, ahora, toca al Padre glorificarlo con la resurrección.

Tenemos delante la imagen del Cristo Crucificado, del Señor de los Milagros… cuánto dolor, cuánto sufrimiento, y entre todos, el peor, el que es ocasionado por nuestros pecados. Todo llega a su fin. Su vida ha sido el don más grande de Dios al mundo. Su Hijo amado ha ratificado su amor obediente al Padre hasta el final.

El Papa Francisco afirma: «Dios es vida y da vida, pero asume el drama de la muerte».

Queridos hermanos, cada día, en los diversos hospitales de nuestro país, los capellanes somos testigos de este momento de Cristo: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. 

Somos testigos de este momento en la vida de muchos enfermos. Ellos, luego de una corta o larga enfermedad, llegan al final de la vida y les ayudamos con nuestras palabras y los últimos auxilios sacramentales, pues, muchos ya no hablan ni miran, pero en su estado inconsciente, nos oyen. Y nosotros, les ayudamos a encomendar su alma al Padre amado, que los espera cruzando el umbral de la muerte.

¿Has pensado en ese momento? Es un momento de fe, de abandono. Es el momento en que ahora meditamos en Cristo, momento al que todos llegaremos, momento de temor. No, no puede ser un momento de dolor, un momento de incertidumbre, quizás, para los que no tienen fe. Es el momento más importante de nuestro caminar, el último abandono, el confiar totalmente en Él, en el Padre, viene la muerte y esperar el silencio, esperar.

Nuestro Papa Francisco dirá que aquí «la fe del hombre y la omnipotencia de Dios se cruzan». Esa oscuridad, esas tinieblas que vienen al mundo, a nuestra vida, suscitarán una respuesta, la de Dios que, ante el problema de la muerte, responde con su Hijo: » Yo soy la resurrección y la vida». La muerte no es el final.

En estos días santos, recordamos en la fe, que muerte y resurrección son dos realidades que se dan en Cristo y que no se pueden separar. A veces, nosotros, en nuestra desesperación, nos quedamos solo con la muerte, nos afligimos, lloramos, nos entristecemos (eso, humanamente, se explica), afloran los sentimientos, pero no nos quedemos solo con la muerte, olvidamos que el Señor resucitó, venciendo a esa muerte que, a veces, le tememos tanto.

Tú pones en las manos de Dios todo lo que tienes: tu vida, tu fe y Él tiene el poder de recuperarlo, transformarlo, es su omnipotencia, Dios lo puede todo.

Hace unos días, en una audiencia, el Papa Francisco nos recordaba que la Cruz es ese madero de muerte, convertido en árbol de vida. La cruz es el final de todo, pero también es un nuevo inicio. Ese nuevo inicio, queridos hermanos, es el que aguardamos.

«En tus manos encomiendo mi espíritu», expresa la oración de Jesús ante la muerte y, a la vez, es un acto de entrega y abandono. Manifiesta “la confianza total en el Padre”, dirá el Papa, recientemente fallecido, Benedicto XVI.

Hermanos, caminemos con fe por la vida, confiando en que el Señor nos dará su gracia en nuestro último momento. Hemos visto tantas veces ese acto de abandono final en nuestros seres queridos que fallecieron, cuando los acompañamos hasta el último en su cama, en el hospital.

Encomendamos a Dios la vida en el instante final y renovemos la esperanza de que Él nos ha prometido la resurrección.

La Basílica Catedral de Lima congregó un gran número de fieles que se reunieron para participar de la Misa de la Cena del Señor, presidida por Monseñor Carlos Castillo. Nuestro arzobispo de Lima, a ejemplo de Jesús, lavó los pies a doce laicos representantes de los decanatos de nuestra Arquidiócesis. El prelado hizo un llamado «a ponernos en el lugar preferencial de Dios, en el último lugar, en el lugar del más desdichado y el que más sufre. Si todos somos creados a imagen y para ser semejantes a Dios, no es para endiosarnos, sino para ser como el Dios que nos ama y que se humilla para dar vida al Otro», dijo en su homilía.

Monseñor Castillo inició su alocución asegurando que los días de la Semana Santa nos permiten «entrar en el misterio de Cristo» y «hacer que la historia vuelva a tener sentido», es decir, que se diriga hacia algo nuevo y feliz, hacia algo que supere todas las contradicciones, sufrimientos y desdichas humanas.

En ese sentido, el paso de Jesús por la humanidad nos permite comprender la gran novedad de que «Dios nos ama infinita, gratuita y definitivamente». El Señor se mete en nuestras vidas para que, interpelados e interrogados profundamente por su amor, empecemos a darnos cuenta que necesitamos irradiar ese amor».

En medio del dolor que sufrimos, el Señor nos manifiesta que nos ama y nos pide que no perdamos esperanza. Y para poder mostrarnos su amor, el Señor se pone en el último lugar, en el lugar del más desdichado y el que más sufre.

Este rebajamiento voluntario de Dios para servir a la humanidad, es el modo que tiene para decirnos que si es todopoderoso, es porque es todoamoroso y, por lo tanto, se sumerge en lo más profundo del ser humano para, desde allí, potenciar toda la belleza de amor que tiene y todas esas formas que tenemos los humanos de ser. «No vivimos en la desgracia porque Dios nos creó para Él, y nos creó abiertos para abrazar al Otro, no para vivir encerrados», resaltó el prelado.

«Ese encerramiento, esas crisis, esas ambiciones, ese deseo de poder que llega, inclusive, a matar a las personas… nos vuelve locos. Pero todo eso puede ser corregido, y si lo señalamos no es para acusar a nadie, sino para que reparemos que hemos hecho cosas graves y tenemos que recapacitarlas. ¡No podemos seguir peleando y solucionando los problemas a golpes!», reflexionó Monseñor Carlos.

Tenemos que desarrollar nuestra capacidad de dialogar y, por eso, el Señor nos lava los pies a todos, en especial, a aquellos que sufren más y están contrariados.

El obispo de Lima explicó que si el Señor eligió aceptar una condena injusta, fue para ayudar a comprender, inclusive, a los que lo atravesaron y mataron, «que todos tenemos una oportunidad de recapacitar. Y desde allí, Jesús nos anunció que todos estamos llamados a ser hermanos».

Construir un país pensando en el bien de todos y no de unos pocos.

En otro momento, el Primado del Perú recordó que nuestra sociedad y estado «nació con el aporte de la Iglesia y gracias a la iniciativa de sacerdotes presentes en los congresos constituyentes». El prelado hizo una mención especial al aporte histórico de su antecesor en el Arzobispado de Lima, Francisco Xavier de Luna Pizarro, quien introdujo el sentido del bien común para todos.

«Necesitamos un país que se construya siempre pensando en el bien de todos y no el bien de algunos. Eso que es doctrina social de la Iglesia (y algunos olvidan), es fuente inagotable para perdonarnos, para conversar y rectificar errores graves, para que el estado peruano y muchas de sus instituciones fundadas en gente noble que entregó su vida como mártir, pueda servir al bien de todos y no solo para la vanidad, el orgullo y la ambición de pocos», remarcó el arzobispo.

El verdadero camino de la humildad de Jesús, es el camino del amor gratuito para aprender a ser todos gratuitos.

Monseñor Castillo afirmó que la actitud generosa de Jesús «también la tiene nuestro pueblo sencillo que todos los días trabaja, sin medida, por sus familias, y que contribuye a la vida de la sociedad peruana como una sociedad verdaderamente cristiana y católica. «Esa actitud generosa es la que nos vuelve gratuitos y nos enseña a compartir», aseveró.

Que este tiempo sea un tiempo de pastoral, donde nuestras parroquias reflorezcan como comunidades vivas, anunciadoras de la esperanza. Renunciemos a una Iglesia triste, a una Iglesia cansona que repite y repite sin anunciar nada nuevo. Construyamos una Iglesia que se inserte en nuestra historia y se mueva con el corazón de Cristo, que es un corazón alegre.

Más de 300 sacerdotes acudieron a la Basílica Catedral de Lima para participar de la tradicional Misa Crismal, presidida por el arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo. También se hizo presente el Nuncio Apostólico de Su Santidad, Monseñor Paolo Rocco Gualtieri; los obispos auxiliares de Lima, el obispo emérito de Chachapoyas, Monseñor Emiliano Cisneros, el Clero de Lima y el Pueblo de Dios.

En su homilía, Monseñor Castillo afirmó que la renovación de las promesas sacerdotales nos recuerda que somos ungidos en Jesús para aprender a identificarlo en la historia de nuestros problemas, especialmente, en los más pobres y marginados: «Todos los cristianos, pero, sobre todo, los consagrados y los ungidos por el Espíritu Santo con el crisma, estamos llamados a ejercer nuestro ministerio como sacerdotes, profetas y reyes, pero de un modo particular: procurando el hermanamiento, no el des-hermanando, no polarizando,  sino suscitando un cuestionamiento de actitudes de fondo que permitan pensar en recapacitar y rectificar caminos equivocados, que permita una conversión personal y social de cada persona y comunidad humana», dijo el prelado.

Leer transcripción de homilía de Misa Crismal

«Jesús introdujo, por su Espíritu, el principio de “gracia gratuita” para que los cristianos afrontáramos, desde nuestra fe, el tiempo y la historia que nos toca vivir, siendo Él la gracia gratuita que nos invita a renovarla y acogerla, viviéndola en cada tiempo, en cada hoy y en cada lugar, de diversos modos, pero bajo el principio del don, la gracia sin medida que viene del Espíritu», reflexionó el prelado.

El gran tiempo o “año de gracia del Señor” que Jesús inaugura, por el Espíritu que Jesús nos trae, continúa hoy en esta actualización para nuestro tiempo. Lo hemos propuesto como lema para la Iglesia de Lima: «Hermanos y solidarios, forjemos la paz».

El Primado del Perú explicó que la forja de la paz no ocurre, «sino a través de un proceso de hermanamiento y un encuentro durable y estable». Para ello, necesitamos reconocer que somos hijos y que hemos recibido la gracia del Padre, es decir, que somos hermanadores.

Sacerdotes generadores de hermandad.

Dirigiéndose a todo el Clero de Lima presente, el arzobispo Carlos Castillo manifestó que «estamos llamados, convocados, en este tiempo difícil, a ser sacerdotes generadores de hermandad. Nuestro ser sacerdotes cristianos nos sitúa como hermanos que tienen la misión de hermanar, presidiendo, santificando y comunicando la Palabra en la misión de hermanar».

Somos llamados a servir a la trágica situación que vive nuestro pueblo, tomando la orientación y la dirección del proceso humano de hermanamiento estable y durable que necesitan los peruanos, asumiendo consciente y responsablemente la forja de la pacificación del país para ayudar a superar cualquier tipo de violentismo, venga de donde venga.

En otro momento, el obispo de Lima agradeció toda la acción solidaria desplegada en las parroquias de nuestra Arquidiócesis para brindar ayuda humanitaria a las familias afectadas por los huaycos. «Esta iniciativa se convierte en punto de partida excelente para un camino a largo plazo, que debe, quizás, estabilizar relaciones de hermanamiento que todavía hemos de forjar para que haya paz en el Perú», recalcó.

Pero el prelado también advirtió que el trabajo solidario y comunitario no debe quedar en una anécdota, por el contrario, tiene que «generar una forma estable que de fruto humano, social, ético y espiritual en nuestra sociedad, basados en la fuerza de la fe que todos tenemos y compartimos. Y así, desarrollar un proceso  más amplio de hermanación inter-comunitaria, inter-parroquial, inter-institucional,  inter-comunitaria,  inter-provincial, inter-diocesana,  como signo de la esperanza que tenemos los peruanos», apuntó.

Aprender a guiarnos por Jesús, escondido en la historia.

Haciendo eco de las palabras del Papa Francisco, Monseñor Castillo recordó que debemos «alejarnos de la concepción funcionaria de sacerdotes de corte, donde única y exclusivamente, repetimos las cosas y no nos guiamos por Jesús, escondido en la historia».

Nuestra unción crismal está desafiada a responder, desde la identidad de la misión de ungidos sacerdotales, una nueva inspiración. Uno es sacerdote, pero se va haciendo sacerdote y presbiterio en cada circunstancia, poco a poco, afrontando diversas circunstancias y desafíos. Y esto requiere replantearse completamente la vida ante la historia cambiante, desafiante, interpeladora y exigente.

«Nosotros no hacemos agitación política, partidaria, gestión económica, acciones gubernativas, negocios de diverso tipo… en nuestra Iglesia, eso es tarea  del laicado – aseguró Monseñor Castillo – «Lo propio sacerdotal, ordenado, es anunciar el Evangelio con oportunidad, dar a reconocer la verdad del amor en todo tiempo, llamando a vivir actitudes humanas profundas y renovadas por el amor gratuito de Dios», acotó.

El gran año de la sinodalidad.

El arzobispo de Lima se refirió a los diferentes problemas, preocupaciones y necesidades que surgen en la vida de la Iglesia, temas que requieren se tratados en comunidad y sinodalmente: «El Papa, que es un gran padre espiritual, ha invitado a la sinodalidad en todos los aspectos de la Iglesia, y existen modos comunitarios y solidarios que necesitamos asumir cotidianamente y temas acuciantes que agregar. Y es que los sacerdotes tenemos el mismo problema de nuestro pueblo: nos es difícil tratar y conversar las cosas, mirarlas cara a cara, como dice el Papa, afrontar esa tendencia que tenemos a encubrir, a maquillarnos. Por eso, es preciso entrar a mirarnos de frente y con los problemas delante», insistió.

Sabiendo que nuestra misión, como sacerdotes, será hermanar y orientar al hermanamiento durable y estable, les propongo hacer una agenda de temas que vayamos conversando y debatiendo con amistad y calidad.

Monseñor Castillo adelantó que empezarán las visitas pastorales a cada parroquia con un carácter sinodal: «Convocaremos en cada parroquia a la asamblea pastoral abierta con todos los fieles que quieran participar con la presencia de los obispos. Y cerraremos así, el quinto año de nuestra misión en esta diócesis de Lima, con las indicaciones dadas por el Sínodo de Roma en octubre del presente año, con una asamblea sinodal en enero del 2024, lo que nos prepara para las decisiones finales que se tomarán en octubre del 2024, en la segunda sesión del Sínodo sobre sinodalidad», anunció.

Este Miércoles Santo, nos visitaron las sagradas imágenes de Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores desde la Basílica Menor de San Francisco El Grande y se posaron al frente del Balcón del Palacio Arzobispal, siendo recibidas por Monseñor Juan José Salaverry, obispo auxiliar de Lima.

En ese sentido, la intensión de este día fue para orar en comunidad y pedirle a Dios, de manera especial, por el cese de la violencia familiar. Los responsables de la oración fueron los hermanos del Apostolado Franciscano de San Judas Tadeo y la Comunidad de la Orden Franciscana, quienes llegaron con sus pancartas alusivas a los mensajes del día y sus banderas blancas en signo de paz.

Por su parte, Monseñor Salaverry dio inicio con unas palabras a todos los presentes: “Querida familia franciscana, saludamos su presencia en este Miércoles Santo en el que, tradicionalmente, hacemos la procesión del encuentro entre nuestra Madre dolorosa y Jesús Nazareno, el encuentro de la madre con el hijo sufriente, el encuentro de Dios con la humanidad».

Asimismo, nuestro obispo auxiliar, en la víspera del Triduo Pascual, señaló la necesidad de pedir perdón a Dios, representado en la imagen de Jesús Nazareno: “En esta noche santa, queremos ponernos a los pies del Señor, que ha caído 3 veces en el camino al Gólgota, para pedirle que perdone nuestras caídas, para pedirle a Él que ha asumido el peso de nuestras cruces, que su generosidad no tenga límites y que pueda redimirnos con su pasión y que encuentre en nosotros corazones dispuestos a ser transformados por la gracia del perdón”.

De igual manera, dirigiéndose a la Virgen de los Dolores, Monseñor Salaverry pidió su intercesión en favor de la humanidad: “Pero le pedimos también a la santísima virgen María, nuestra Señora de los Dolores, que, con corazón de madre, eleve nuestras súplicas al Señor, para que estas venias que se han dado en el encuentro sean venias que interceden e impetren del Señor las gracias que nosotros necesitamos.

Asimismo, nuestro obispo auxiliar expresó también a todos los presentes rezar, especialmente, por la paz, para que esté presente en todo momento y en todo lugar: “Vamos a pedir por la paz en el Perú, por la paz en nuestras familias, por la paz en las instituciones religiosas, por la paz en nuestros pueblos que todavía sufren el estado de emergencia por la violencia”.

Reflexionando el Evangelio de San Juan (15, 12-15), en el cual relata el mandamiento del amor, Monseñor Salaverry indicó que Cristo, en la Cruz, nos expresa su amor infinito: “Estas fiestas de Semana Santa, estas celebraciones del Triduo Pascual son el mejor signo del amor que Dios nos tiene, con una entrega total, con un vaciamiento total, para entregarse a la humanidad por amor y por obediencia al Padre”.

“Por eso vamos a pedirle al Señor que nos ayude a practicar este mandamiento del amor que también hemos aprendido desde pequeños, pero que tan difícil nos resulta poner en práctica. El Señor nos ayude a dar muestras de amor: “nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos” y la muestra de Jesús, entregando la vida, por nosotros, es la muestra de que nosotros somos los amigos de Jesús, por quien Él lo entrega todo”, manifestó el prelado.

Al término del encuentro, las sagradas imágenes de la orden franciscana retornaron en procesión a la Basílica Menor de San Francisco El Grande. De igual manera, las hermandades responsables del encuentro de oración entregaron donaciones de útiles escolares como ofrenda.

En el tercer día de oración, en este Martes Santo, las sagradas imágenes del Señor de Huanca, el Señor de Qoyllur Riti, el Señor de los Temblores y La Virgen Dolorosa, llegaron en procesión desde la Parroquia de San Sebastián en el Cercado de Lima y tomaron posesión frente al Balcón del Palacio Arzobispal, siendo recibidas por nuestro obispo auxiliar de Lima, Monseñor Ricardo Rodríguez.

En ese sentido, los fieles se reunieron para rezar en comunidad, de manera especial, por todos los hermanos que sufren a causa de las injusticias que se viven a diario.

El evento contó con la participación de los fieles de la hermandad del Señor de Huanca, Señor de Qoyllur Riti, Señor de los Temblores y La Virgen Dolorosa, quienes fueron los responsables de dirigir el acto religioso. Además, la oración fue amenizada gracias a las melodías y cánticos de tristeza y dolor entonados por un coro quechua- hablante.

De otro lado, monseñor Ricardo Rodríguez, recibió a las sagradas imágenes, señalando que estas expresiones de fe nos acercan a Dios y a los hermanos: “Hoy venimos a traer estas imágenes que nos acerca no solamente a Dios en nuestra devoción y amor, sino también nos acerca al hermano que sufre, al hermano que espera, que confía -como nosotros- en Dios. Por tanto, nos hemos congregado para orar frente a estas imágenes que nos hacen presente no solo la pasión y el dolor, sino que nos recuerdan el amor de Dios”.

Por otro lado, reflexionando el pasaje del Evangelio de San Juan (15,18-21), monseñor Rodríguez indicó que Dios conoce nuestros corazones y las intenciones que albergamos: “Dios sabe que, muchos de ustedes, al tener estos detalles para la procesión o preparar este día, no solamente le agradecen por las cosas que Él les dio, sino que también desde lo que cada uno tiene en su corazón: tristeza, sufrimientos, preocupaciones, desde ahí, le agradecemos también por las cosas que no nos dio”.

Finalmente, nuestro obispo auxiliar nos invitó a rezar por nuestras familias, amigos, personas que nos aman, pero también, de manera especial, por aquellos hermanos que nos cuesta amar por diversas situaciones.

“Quiero terminar, pidiéndoles eso, recen por su familia; pídale a Dios esta noche, durante esta procesión, por las personas que ustedes aman, por las personas que los aman, y pídanle también por las personas que debiéramos amar más, esa debe ser esta noche en nuestra actitud”, expresó.

Al término de la oración, las hermandades encargadas de la oración entregaron a nuestro obispo auxiliar un arreglo floral y útiles escolares como ofrenda.

Asimismo, las veneradas imágenes se despidieron de la Catedral y, en procesión, se dirigieron de retorno hacia el Templo de San Sebastián.

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