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Desde la Iglesia de Las Nazarenas, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú presidió el Oficio de la Pasión del Señor de este Viernes Santo: «desde el dolor más extremo de la Cruz, le pedimos al Señor que nos haga beber de su Espíritu, para renacer a una forma de vivir diferente, pacífica, verdaderamente fraterna en la humanidad, en la Iglesia y en nuestro país», reflexionó (leer homilía completa).

Leer homilía de Monseñor Carlos Castillo (transcripción)

Tras escuchar el relato de la Pasión (Juan 18, 1–19, 42), Monseñor Castillo resaltó las palabras con que inicia el Evangelio de Juan:

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba orientada, dirigida hacia Dios. Y la Palabra era Dios y todo se hizo por ella y nada se hizo sin ella. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilló en medio de las tinieblas y las tinieblas no la reconocieron.

Ante esto, el Arzobispo dijo: «Jesús es la Palabra que se encarna en el corazón de la historia humana, de nuestras vidas, pero en especial, en la carne humana débil y en la carne de los débiles, (sarx) carne débil, sencilla, humilde, deshilachada, golpeada, maltratada. Y por eso, en lo más recóndito de todos nuestros sufrimientos, en primer lugar, está Aquel que se encarnó desde el inicio de su vida en la debilidad y en la pobreza».

Monseñor Castillo indicó que la Verdad más grande que Dios nos ha venido a revelar con Jesús, es que Él es el Hijo y existe un Padre que nos ama a todos: «la Verdad es siempre un camino que, inspirados, construimos juntos. En este camino podemos realizar nuestra condición de hijos-hermanos, cuando estamos dispuestos a amarnos como Dios nos ama, a vivir en el Espíritu que Él acaba de entregar, el Espíritu de hijos que nos hace hermanos los unos de los otros y nos revela lo que realmente somos: ser hijos del mismo Padre», agregó.

Una religión que se dedica a los juegos y a los amarres de intereses económicos, políticos, culturales, de fama, de exhibición y de frivolidad, es una religión que niega la Verdad.

El Obispo de Lima recalcó que Jesús ha venido para que todas las religiones aprendamos el camino de dar testimonio de la verdad más trascendente: «todos somos hijos en el Hijo, y hermanos los unos a los otros, y no tenemos derecho, desde nuestra más honda humanidad, a dividirnos estúpidamente, confrontándonos y “comiéndonos” unos a otros, despreciando especialmente a los débiles que nos sufren».

No hay Espíritu nuevo cuando polarizamos nuestra vida con acusaciones y mentiras, los unos contra los otros, y rompemos lo que somos: hermanos. Y si lo hacemos, porque somos pecadores, podemos repararlo abriendo el corazón, dejando que lo más hondo de nuestro ser, en donde mora el Señor, en lo más secreto de nuestras heridas y problemas, el Señor pueda hablar desde allí y convertirnos en testigos de la Verdad.

El Primado del Perú señaló que «el Señor tiene sed de que recurramos a Él, para que nos sacie con el agua viva de su amor y nos limpie la des-hermandad, la enemistad y la convierta en hermandad humana, mucho más en este tiempo en que, la Pandemia, nos ha invadido mundialmente, y a partir de lo cual, el Santo Padre Francisco ha escrito la Encíclica de la hermandad “Fratelli Tutti” (Todos Hermanos)»

Desde el dolor más extremo de la Cruz, desde lo más profundo y difícil que es aceptar que Dios acepta la muerte de su Hijo, nosotros le pedimos al Señor que nos haga beber de su Espíritu, para renacer a una forma de vivir diferente, pacifica, verdaderamente fraterna en la humanidad, en la Iglesia y en nuestro país, y para que ninguna religión y ninguna Iglesia sea testigo de la mentira, de la artimaña, de los enjuagues y de los amarres bajo la mesa, sino que sea una religión que transparente al Señor, que sea hermana y que sufra por y con todos los seres humanos, especialmente los mas maltratados y víctimas.

Este Viernes Santo, día de la Pasión del Señor, nos unimos en oración para participar, desde casa y en familia, del Sermón de las Siete Palabras. Entre los predicadores destacaron los nuevos obispos auxiliares de la Arquidiócesis de Lima, sacerdotes, religiosos, un diácono y un joven seminarista.

Primera Palabra:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
Mons. Juan José Salaverry Villareal OP, Obispo Auxiliar de Lima.

La noche de la pasión ha debilitado la humanidad de Jesús al extremo de sangrar en la intimidad de la oración del Huerto, El Padre ha podido ver en ese momento cómo el Verbo asumió la naturaleza humana incluso hasta temblar ante el episodio de la muerte, pero también el Padre ha podido contemplar la fuerza de la divinidad que quiere entregarse para dar vida. ¡La humanidad desnudada ante el sufrimiento y el dolor!

Hoy, como en aquel momento, la humanidad está anegada de dolor y sufrimiento. Se repite el drama del Viernes Santo. Todo parece ennegrecido por los contagios, la enfermedad, las muertes, nos sentimos inseguros ante el visitante invisible. Estas tinieblas se hacen más densas porque hay traiciones como las que sufrió Jesús, porque hemos visto algunas autoridades que se han enmohecido por sus propios intereses y su pasmosa y complice despreocupación.

Necesitamos que se repita esta escena, expresión pletórica del amor de Dios, porque, marcados por los sufrimientos desencadenados por la Pandemia, nos urge sentir la palabra de esperanza que nos rescata del profundo dolor, y que con las manos marcadas por las heridas de la Pasión, Jesús toque a la humanidad yacente, sufriente, crucificada, para levantarla y devolverle la lozanía y la dignidad de la creación.

Hemos aprendido de Dios a darnos totalmente a los demás, pero nuestro egoísmo, superficialidad e individualismo, nos ha afianzado en el actuar en contra del hermano (el arte del mal hacer), hablar mal del prójimo (mal decirlo) cuando nos sentimos heridos por el otro.

Segunda Palabra:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso»
Jesús Choy, jovenseminarista del Seminario de Santo Toribio.

Hoy, bajando la cabeza y auscultando lo profundo de mi corazón, descubro, ahí en lo secreto, este mismo reclamo: ¿Señor porque no haces nada? ¿Por qué permaneces impávido ante la pandemia? ¿Por qué no terminas con este virus? ¿Por qué tanto sufrir?”

Es el grito que tengo hundido en el pecho, es el reclamo que tantas veces he ocultado entre los labios, pero que sigue ahí: irreverente, resentido, dolido por lo “injusto” de la vida.

Y Cristo calla. Siente, pero calla. Va más de dos horas, desnudo y clavado, tiene el cuerpo destrozado, lleno de heridas, la sangre y el sudor se mezclan en su piel desgarrada. Aun así, imagino cómo con esos ojos cansados, pero ardientes de amor, miró al ladrón con paciente ternura; y le mostró que también tenía clavos, que también estaba colgado en esa cruz, que también estaba solo y abandonado, que iba a morir por falta de aire, que estaba pasando por lo mismo.

Después del reclamo viene el arrepentimiento.

Aceptar y reconocer esa es la actitud que cambia todo. Abrazar mi vida entera, con todo lo que implica una vida, con esas espinas que mezclan mi sangre con el rojo de la Rosa. Saber amar la vida, con sus cruces y crucifixiones, con sus humillaciones inacabables, con su pasado doloroso, con sus rupturas y resurgimientos.

Aquel ladrón, el del grito desesperado, se quedó solamente en el reclamo, este ladrón en cambio, reconoce su falta, se arrepiente, y suplica un sentido a su vida. Y ya no tiene más peros, ni excusas, ya no tiene dudas, simplemente abraza la cruz porque sabe que es lo mejor para él. Lo más justo. Lo más adecuado.

Solo cuando un corazón ha reconocido su debilidad y se deja a abrazar por la misericordia de Dios, brota como una flor la súplica viva que llega a los oídos de nuestro Dios: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.

Tercera Palabra:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «ahí tienes a tu madre»
Luis Alberto Mora, Diácono de la Arquidiócesis de lima.

Qué importante es el papel de nuestras madres en medio de la vida. Para comenzar, es precisamente ella, nuestra madre, la que nos ha dado vida, la que nos ha dado a luz, después de habernos cuidado durante largos 9 meses dentro de su vientre. Ella ha cargado todo ese tiempo con nosotros aguantando todo tipo de dolores. Ya al darnos vida, ha dado también su vida por nosotros, ha entregado su propia vida en favor de nosotros. Es por eso que el dolor de perder un hijo, el dolor de verlo padecer, el dolor de verlo sufrir, es mucho más fuerte para una madre.

Es al pie la Cruz donde empieza a dar frutos el amor, es al pie de la Cruz donde empieza la vida, es al pie de la Cruz donde podemos realmente encontrarnos con María, porque es ahí, en la Cruz, en donde nos diste el más precioso regalo después de la salvación: nos has dado a tu propia madre como madre nuestra.

Ahí podemos ver la imagen de muchas mujeres que, en medio de las adversidades, de las circunstancias difíciles o no tan favorables, han luchado para salir adelante, han luchado para para poder mantener a sus hijos. Y es ahí, al pie de la Cruz, de las luchas, al pie de la Cruz de las dificultades, al pie de la Cruz de las contrariedades, donde han podido dar más vida a sus hijos. 

Tener a María como Madre, es tener a Jesús, porque una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos. Ella sabe, perfectamente, que lo mejor para nosotros, sus hijos, es tener a Jesús. María siempre, en todo momento, busca que nosotros estemos en presencia de su  Hijo Jesús.

Cuarta Palabra:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.
Padre Alejandro Adolfo Wiesse León, Ministro provincial OFM

Para atreverte a ser un ser humano hasta el final, mira la Cruz; para no ahogar tu deseo de vida hasta el infinito, mira la Cruz; para defender la verdadera libertad sin rendirte a ídolos que te esclavizan ,mira la Cruz; para permanecer abierto ante el amor y la verdad, mira la Cruz; para seguir trabajando por tu propia conversión, mira la Cruz.

Vive con Dios los momentos oscuros de tu vida, también los momentos en que sientes que todos te abandonan y que hay un silencio, usa tu voz para gritar a Dios las situaciones de noche que vive hoy nuestro mundo y nuestro país. Pero termina tu gran incertidumbre con una alabanza de quien espera y sabe que Dios va con el que sufre, que Dios nos acompaña a pesar de que existe el mal.

Dios está con nosotros en estos estas noches oscuras, no le ocultemos nuestra fragilidad, pero es importante que dejemos entrever que, en medio de la noche, la luz de la fe, esa luz que es Cristo no conoce el ocaso.

Quinta Palabra:
«Tengo sed»
Carmen Toledano Sánchez, Priora del Monasterio de las Agustinas en Lima

 ¿A quién se dirige Jesús con estas palabras? ¿Está pidiendo que alguno de los que están allí, en el calvario, que tenga compasión de Él y le ofrezca agua? ¿O se dirige también a nosotros? ¿Qué nos quiere decir?

Si escuchamos con atención, podemos descubrir que Jesús al pronunciar estas palabras está haciendo suyo el grito del hombre, el grito del hombre sediento, agostado, sin agua, es decir, nuestro grito. Porque Él ha venido a asumir todo lo humano y ha querido también saciar nuestra sed.

Lo realmente paradójico, es que en la cruz Jesús se manifiesta como el Sediento que nos da de beber. El mismo que dice “tengo sed” es el que nos dice: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba”. Y, ¿cómo lo hace? Nos dice la Escritura que, ya muerto Jesús, “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y, en seguida, brotó del costado sangre y agua” (Jn 19, 34). Del Corazón traspasado de Jesús, el Sediento, brota el agua que sacia nuestra sed; el agua que nos da vida y que se convierte dentro de nosotros en un manantial que salta hasta la vida eterna.

Sexta Palabra:
«Todo está consumado»
Padre Jan Lozano, Párroco de la Parroquia Natividad de María

Quisiera dirigir esta reflexión a todas las personas que se encuentran en los hospitales. A todas las personas que están en el último momento de su vida, a todas las personas que en estos momentos pierden a un ser querido, todos hemos perdido un ser querido.

“Todo está cumplido”. Esas palabras quieren decir, en el fondo, dos cosas: que tú no mueres solo, que Cristo muere contigo y que en ese momento de la muerte, todo adquiere un sentido.

Nos duele que la persona que amamos se vaya de nuestro lado. Es por eso que sentimos la muerte como una soledad. Que esa persona muera significa que estamos solos, que estamos sin ella, y hoy el dolor más grande puede ser pensar que nuestros familiares mueran solos en los hospitales. Por eso, Cristo pronuncia estas palabras: “Todo está cumplido», es decir, «yo muero contigo».

Séptima Palabra:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
Mons. Guillermo Antonio Cornejo Monzón, Obispo Auxiliar de Lima.

Aquí estamos con las Siete palabras del Señor en la Cruz. Es la última frase que se le atribuye a Jesucristo y se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual.

En estos momentos difíciles que atravesamos crisis, Pandemia necesitamos un equilibrio espiritual en conversión total, todos, una reingeniería, decirnos las cosas, consejos, no cerrarnos, cuando nos dañamos, cuando nos damos duro, bajezas, no nos ayudamos: pidamos perdón. Todos cometemos errores seamos humildes y sencillos, estamos en momentos difíciles, enfermos, muertos, si todo esto no nos hace cambiar. Hagamos un mundo mejor, cambiemos como personas, en lo personal, familiar, sociedad, como vecinos y como peruanos.

«Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu», nos invita a ser coherentes, a ser claros, a ser firmes, porque el proceso de conversión debe ser libre, salir de la mediocridad. Tiene que haber una conversión colectiva, porque cuando hay amor, nos dejamos amar por el Señor. El Evangelio se escribía con las manos, con el corazón y también con los pies, porque se caminaba mucho por las comunidades.

Síntesis, confianza y compromiso radical.

A ti, Señor, me acojo, no quede yo defraudado. Se para mi roca de cobijo y fortaleza protectora… guíame y condúceme, por el honor de tu nombre. En tus manos encomiendo mi espíritu, tu Señor, el Dios, fiel, me rescataras (Sal 31, 2-6).

Jesús, con este salmo, llama a Dios su roca y su fortaleza. Esa roca y fortaleza ya no es Yahveh, es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Hay una novedad radical: no es la relación de un vasallo con su rey, sino la de un hijo para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahveh, el Señor de los ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre.

Digamos también nosotros: Padre, a tus manos confió mi espíritu, mi vida entera, ahora en el tiempo de la lucha, luego en la eternidad del amor.

Aquí estamos con las 7 palabras del Señor en la Cruz. Es la última frase que se le atribuye a Jesucristo y se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual.

En estos momentos difíciles que atravesamos crisis, Pandemia necesitamos un equilibrio espiritual en conversión total, todos.

Todos cometemos errores seamos humildes y sencillos, estamos en momentos difíciles, enfermos, muertos, si todo esto no nos hace cambiar. Hagamos un mundo mejor, cambiemos como personas, en lo personal, familiar, sociedad, como vecinos y como peruanos. Una reingeniería, decirnos las cosas, consejos, no cerrarnos, cuando nos dañamos, cuando nos damos duro, bajezas, no nos ayudamos: pidamos perdón. Todos cometemos errores seamos humildes y sencillos, estamos en momentos difíciles, enfermos, muertos, si todo esto no nos hace cambiar. Hagamos un mundo mejor.

Cambiemos como personas, en lo personal, familiar, sociedad, como vecinos y como peruanos.

Tiempo de gracia, cuaresma, Semana Santa, Jueves Santo, Pascua unida a la Pandemia, al Bicentenario, a las elecciones próximas, todos teniendo a la Palabra de Jesús con fe, esperanza y caridad: confianza en Dios, a tus manos encomiendo tu espíritu.

«Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu», nos invita a ser coherentes, a ser claros, a ser firmes, porque el proceso de conversión debe ser libre, salir de la mediocridad. Tiene que haber una conversión colectiva, porque cuando hay amor, nos dejamos amar por el Señor. El Evangelio se escribía con las manos, con el corazón y también con los pies, porque se caminaba mucho por las comunidades.

INTRODUCCIÓN

“Tengo sed” (Jn 19, 28). Jesús pronuncia en la Cruz estas estremecedoras palabras. Te invito a escucharlas, a acallar otros ruidos para que resuenen en ti: ¡Tengo sed!

–  ¿Qué pide Jesús? ¿Agua? ¿Está pidiendo Jesús de beber? A estas alturas de la pasión ha sido flagelado con crueles latigazos, ha tenido que cargar con la cruz a cuestas; el único líquido que ha recibido desde hace horas ha sido el de los salivazos de los soldados. Todo ello le ha provocado, sin duda, una seria deshidratación. ¿Por eso dice: “Tengo sed”?

– ¿A quién se dirige Jesús con estas palabras? ¿Está pidiendo que alguno de los que están allí, en el calvario, que tenga compasión de Él y le ofrezca agua? ¿O se dirige también a nosotros? ¿Qué nos quiere decir?

Si escuchamos con atención, podemos descubrir que Jesús al pronunciar estas palabras está haciendo suyo el grito del hombre, el grito del hombre sediento, agostado, sin agua, es decir, nuestro grito. Porque Él ha venido a asumir todo lo humano y ha querido también saciar nuestra sed.

Y, a su vez, la sed de Cristo es una puerta de acceso al misterio de Dios Padre, que tuvo sed para saciar la nuestra, por eso envió a su Hijo, haciéndose uno de nosotros.

Para profundizar en esta sed, quiero aludir a un poeta español del siglo XX, Luis Rosales que, inspirado por san Juan de la Cruz, escribe estos versos breves, sencillos y profundos:

De noche, iremos de noche,
sin luna, iremos sin luna,
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra.

Vamos a detenernos en tres elementos de este poema: la SED, la NOCHE y la FUENTE, que nos remiten a JESÚS, al HOMBRE y al PADRE; y también nos adentran en la cruz, en el contexto en que se produce y en el horizonte al que nos abre.

I. La sed de Cristo.

Cuando Jesús dice “tengo sed”, está ya agotado. El cansancio de Jesús, es signo de su verdadera humanidad. Esa misma frase la había pronunciado, años atrás, cuando también fatigado del camino, se encontró con la mujer samaritana que fue a sacar agua del pozo, en medio del calor del mediodía y le dijo: «Dame de beber» (Jn 4, 6-7), es decir, “Tengo sed”. Aquella mujer se quedó muy sorprendida. No era costumbre que un judío dirigiera la palabra a una mujer samaritana. Asombro que aumentó cuando Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado el agua viva” (Jn 4, 10). Le pide de beber, pero en realidad le dice que es Él quien quiere darle su agua. Le habla de un agua capaz de saciar su sed y de convertirse en ella en un «manantial de agua que salta hasta la vida eterna».

Como a esta mujer, es como si Jesús hoy nos dijese en la Cruz: “Tengo sed de ti. Tengo sed de amarte y de que tú me ames. Tan precioso eres para mí que tengo sed de ti. Ven a mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te haré una nueva creación y te daré la paz aún en tus pruebas. Tengo sed de ti. Nunca debes dudar de Mi Misericordia, de mi deseo de perdonarte, de Mi anhelo por bendecirte y vivir Mi vida en ti, y de que te acepto sin importar lo que hayas hecho. Tengo sed de ti. Si te sientes de poco valor a los ojos del mundo, no importa. No hay nadie que me interese más en todo el mundo que tú. Tengo sed de ti. Ábrete a Mí, ven a Mí, ten sed de Mí, dame tu vida. Yo te probaré lo valioso eres para mi corazón porque Tengo sed de ti. Lo único que te pido es que te confíes completamente a Mí. Yo haré todo lo demás”[1].

Acabo de leer una oración de madre Teresa de Calcuta.

“Solo la sed nos alumbra”, dice el poema mencionado. ¿La sed de Dios? O ¿nuestra propia sed? Pero, ¿cuál es tu sed? ¿Qué te inquieta? ¿Qué tienes en el corazón que no te hace descansar, que te hace vivir en sequedad? ¿Cuál es tu tormento? ¿Tu noche? ¿Tu muerte?

II. Nuestra noche.

“De noche iremos de noche”. Sí, hoy caminamos en medio de la noche, en medio de tanto dolor, en medio de tanta muerte. La pandemia por coronavirus nos está obligando a mirar de frente nuestra debilidad, nuestra impotencia, la enfermedad, el dolor, la muerte. Sentimos sed porque nos falta el oxígeno y las camas hospitalarias, porque no hay chamba ni plata, porque en los cerros y en los asentamientos humanos no tenemos agua, porque ni siquiera hay suministros para las ollas comunes. La pandemia ha desenmascarado, a nivel local, nuestras carencias estructurales y, a nivel global, el desequilibrio, la inequidad en el acceso a los recursos como las vacunas. Tenemos la garganta reseca de gritar: ¡Tengo sed! ¡Tanta sed en medio de nuestras noches!

Pero entre tanta muerte, hay un anhelo de vida. Como dice el poeta Luis Rosales, “de noche, iremos de noche; sin luna, iremos sin luna”, es decir, a pesar de todo, seguimos caminando en medio de la oscuridad porque intuimos que hay luz en esta noche que vivimos y más allá de ella. Nos lo recordó el papa Francisco cuando vino a Perú en enero de 2018, en su homilía final en la base aérea de las Palmas: “Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a nuestro encuentro”.

¡Tengo sed! Estas palabras de Jesús, dirigidas a los judíos de su tiempo, se actualizan hoy, pronunciadas de nuevo por el mismo Jesús, sediento en la Cruz, y dirigidas a cada uno de nosotros: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba (…) de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38).

Sí, Jesús es la vida y nos regala la vida; una vida plena, abundante, verdadera, eterna. Un agua que es capaz de calmar nuestra sed y de darnos vida en todas las dimensiones de nuestro existir e incluso, con su Resurrección, más allá de lo que soñábamos o imaginábamos de darnos esta vida nueva. ¿Crees esto? ¿Tienes sed de Dios? ¿Te atreves a gritarle a Él en medio de tu noche? ¿Cómo está tu fe?

En 1945, cuando la Gestapo llegó para llevarse a Dietrich Bonhoeffer a ser ejecutado, tuvo apenas tiempo de susurrar un último mensaje a un compañero de prisión para que lo transmitiera a su amigo: «Este es el fin, pero para mí es el comienzo… Nuestra victoria está asegurada»[2]. Bonhoeffer creía en la vida eterna, aunque le quitasen la vida, él iba a vivir.

III. El Padre, fuente de vida.

Volviendo al poema, se nos dice que “iremos de noche” pero “para encontrar la fuente, sólo la sed nos alumbra”. La sed, por tanto, no sólo nos habla de sequedad y de noches. Nos habla también del anhelo profundo que nos habita. La sed nos remite a la fuente, a la Fuente que es Dios mismo, a nuestro origen, a nuestra meta.

Origen. Encontrar el origen, conocer el porqué de mi existencia, tiene que ver con el sentido de mi vida. Significa encontrar un manantial de agua que sacia la sed del presente. La fe en la creación, en el Padre creador, brota de la pregunta sobre nuestro propio origen. Nuestra vida está acechada por la fragilidad existencial, pero cuando reconocemos que todo es gracia, comprendemos que lo primero en nuestra vida es un don y podemos vivir la gratitud. Dejarme abrazar por Dios Padre es reconocer que mi vida es regalo, reconocer que somos amados, que somos hijos e hijas, que hemos sido llamados a la vida, que hemos sido salvados de la no-existencia.

Meta. Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “El que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial que conduce a la vida eterna” (Jn 4, 14). Esta agua representa al Espíritu Santo, el «don» por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre, que es la fuente. Quien renace por el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación filial con Dios. Gracias al encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios Padre.

Dice San Agustín: “Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”. Sí, Dios Padre tiene sed de nuestra fe y de nuestro amor, Él calma nuestros deseos más profundos. Como un Padre bueno y misericordioso, desea para nosotros la Vida nueva, y esta Vida es Él mismo, la Vida eterna.

Conclusión.

Lo realmente paradójico, es que en la cruz Jesús se manifiesta como el Sediento que nos da de beber. El mismo que dice “tengo sed” es el que nos dice: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba”. Y, ¿cómo lo hace? Nos dice la Escritura que, ya muerto Jesús, “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y, en seguida, brotó del costado sangre y agua” (Jn 19, 34). Del Corazón traspasado de Jesús, el Sediento, brota el agua que sacia nuestra sed; el agua que nos da vida y que se convierte dentro de nosotros en un manantial que salta hasta la vida eterna.

Oración Final.

Señor Jesús, me estremezco al escuchar tu grito en la cruz: “Tengo sed”. Resuena en tus palabras no sólo tu entrega radical hasta vaciarte y quedarte casi como seco, sino resuena también, en el fondo, la sed de toda la humanidad. Resuena el sufrimiento de tantos enfermos a quienes le falta el oxígeno para respirar y resuena la impotencia de tantas familias en medio de esta pandemia atroz que nos toca vivir. En medio de esta noche, vamos alumbrados y guiados por esta Sed que has querido compartir con nosotros. Confiamos en Ti, Señor. Agradecemos tu cercanía. Y sabemos que Tú nos conducirás a la Fuente, a ese manantial que salta dentro de nosotros, que sacia nuestra sed y que nos llena de Agua Viva.

Una vez más, oramos con el poeta:
De noche, iremos de noche,
sin luna, iremos sin luna,
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas? Palabras que pertenecen al salmo 21. Canto de audacia y humildad, de tragedia y confianza profunda, ya que ahí donde Dios nos parece más lejano, está más presente.

Todo judío piadoso conocía este salmo, pensando en la aflicción de sus antepasados, la larga y dolorosa travesía del éxodo. Su esperanza será ver la luz del Mesías. Aquella Luz del niño de Belén que Simeón al contemplarla dice: Ahora Señor puedes dejar que tu sirviente muera en paz.

Pero, como dice el filósofo y poeta C. Péguy: lo más difícil es esperar: con voz baja y vergonzosa. Lo más fácil es la desesperación y caer en la tentación.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?

No te alcanzan mis clamores ni el rugido de mis palabras;

Estas palabras son paradigmas de todo sufriente. Hermanos, cuantas veces la lucha y esfuerzo nos parece inútil, no digamos el sentimiento de impotencia que vivimos, de no poder hacer nada ante un horizonte vacío y oscuro.

En el Nuevo Testamento estas palabras no son anónimas, tienen voz, tonalidad y aliento. Salen del corazón de Jesús de Nazaret. Como dice Heb 5,7: Cristo, durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con lágrimas, al que podía librarlo de la muerte, y por esa cautela fue escuchado. Y aunque era Hijo de Dios, aprendió sufriendo a obedecer…

Decía el teólogo Leonardo Boff: “Tan humano como Jesús, sólo Dios mismo”. El centro del cristianismo no es lo trascendente, sino lo humano, un hombre que nos revela, que nos da a conocer y nos explica lo divino. El centro de nuestra fe es este Jesús de Nazaret que nació, vivió y es crucificado bajo Poncio Pilato. Es este niño de Belén que envuelto en pañales por frío será envuelto en una síndone para ser depositado en el sepulcro.

Dice San Juan 1,18: Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, Él no lo dio a conocer.

Significa que en lo humano es donde podemos encontrar a Dios y podemos relacionarnos con Él. Por eso es importante cuidar de lo humano. ¡Aceptemos la carne de Cristo!

Recordemos que la gran tentación es apetecer más lo divino que lo humano. “Querer ser como dioses y avergonzarnos de nuestra desnudes” Y como los sacerdotes del templo no toleramos las agresiones a lo divino, al tiempo que a lo humano lo estamos destrozando sin piedad.

Recordemos ¿Quién es el mentiroso, sino quien niega que Jesús es el Cristo?

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?

Por eso nos resultan escandalosas estas palabras. Difícilmente los evangelistas habrían puesto semejantes palabras en los labios de Jesús. Realmente salieron del corazón de crucificado, probablemente, al recodar que en el Getsemaní, aquellos discípulos que junto al mar de Galilea inmediatamente lo siguieron, ahora al instante lo abandonan y huyen. La tentación de los discípulos, ávidos de poder y riqueza, ha persistido más allá de Jesús, a pesar de su pasión. Buscan los primeros puestos y discuten por el camino quién era el más importante. Cuántas veces hemos deseado la sombra del poder para evangelizar, olvidándonos que Jesús fue víctima de los poderosos por: dar a Dios los que es de Dios y al César lo que es del César.

Y así, por no orar, Pedro emplea la espada para defenderse y Judas transforma el beso respetuoso al maestro en signo de traición. Les decepciona un maestro que no usa la violencia, que no toma la espada para que el Reino llegue, sino que pone en práctica aquello que les enseñó: amar a sus enemigos y orar por quienes nos persiguen.

Para Judas, calculador y frío, quien había criticado a la mujer por comprar un perfume costoso para el Señor, la amistad con Jesús tiene un precio 30 monedas de plata. Monedas tomadas de las alcancías del Templo.

La elección entre Jesús y Barrabas revela lo que muchas veces elegimos en nuestra vida, cuales son nuestras preferencias: Dt 30,15: “Mira hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha”.

En esa tarde negra y amarilla, donde la multitud pide que lo crucifiquen, aunque no pueden responder a la pregunta de Pilato ¿qué mal ha hecho?, no hay mención alguna de los discípulos. Solo a lo lejos ve aquellas mujeres venidas de la Galilea, incluyendo su madre y al discípulo que tanto amaba, según Marcos, Jesús en la cruz observa y escucha:   

         los que pasaban lo insultaban moviendo la cabeza y decían: el que derriba el templo y lo reconstruye en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.

A su vez los sumos sacerdotes, burlándose entre sí, comentaban: Ha salvado a otros pero a sí mismo no se puede salvar. El Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos. Y también lo insultaban los que estaban crucificados con él. Es la soledad total.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?

¿Es posible afirmar a Dios en la soledad, el abandono y la injusticia, causada por la fidelidad al mismo Dios? Es todo lo contrario a una religión utilitarista, que busca a Dios solo por beneficios y protección.

 El versículo 8 del salmo 21 dice: Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: “Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere”.

Los Sumos Sacerdotes, representantes de dios, eran gente religiosa que pensaban que asesinando a Jesús cumplía la voluntad de Dios. Jesús se metió con el Templo, y les recordó: saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado. Pero, nadie puede tocar el Templo y quedar vivo. Les acusó de convertir la relación con Dios en puro interés. Olvidando que Dios es amor, y el amor no se compra. Dios quiere amor y no sacrificios. La riqueza puede enfermar la religión. La novedad de Jesús es que desplaza lo sagrado del Templo a la vida cotidiana. Hace a Dios presente en lo diario y sacraliza la relación con los hombres.

El cristianismo no rodea el mal, no lo esquiva, LO ENFRENTA. La cuestión no es por qué lo permite Dios, sino por qué nosotros no hicimos nada. Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los pobres y los pecadores, sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno. En la cruz de Cristo no hay una ascética ni una espiritualidad individualista, sino compromiso. No se trata de disciplinarse ni de atormentarse, sino de asumir las consecuencias de la fidelidad a Dios y a las propias convicciones. Evitar que hayan más crucificados en la historia.

El apóstol dirá: Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz.

Pero esta respuesta en la cruz no elimina el misterio del mal, lo sana pero no lo elimina. Sin embargo, de la cruz de Cristo ha brotado nuestra salvación.

Besamos hoy el rostro del crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras, como su corazón colapsa por falta de oxígeno en la cruz. Mira la Cruz:

Para atreverte a ser humano hasta el final.
Para no ahogar tu deseo de vida hasta el infinito.
Para defender tu verdadera libertad sin rendir tu ser a cualquier ídolo esclavizador.
Para permanecer abierto a todo el amor y la verdad.
Para seguir trabajando tu propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en la vida.

Jesús recitaría esta otra parte del salmo 21 que dice: En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo, a ti gritaban y quedaban libres, en ti confiaban y no los defraudaste.

Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos,… Fieles del Señor, alábenlo, descendientes de Jacob, glorifíquenlo… porque no ha rechazado la desgracia del abatido, ni le ha escondido su rostro; cuando le pidió auxilio, lo escuchó.

Hermano que me escuchas: vive con Dios los momentos oscuros de tu vida, también los momentos en que sientes que todos te abandonan y que también Dios calla. Usa tu voz para gritarle a Dios las situaciones de noche que vive hoy nuestro mundo.

Termina tu oración con la alabanza de quien espera y sabe que Dios va con el que sufre y está a oscuras.

No ocultemos nuestra fragilidad, pero es importante que dejemos entrever en medio de la noche la luz de la fe, esa luz que es Cristo y que no conoce el Ocaso.

Cuando escucho estas palabras de Jesús en la Cruz, inmediatamente se vienen a la mente la imagen de muchas mujeres que, a causa de la Pandemia que hemos estado viviendo, han perdido a sus hijos.

Es desgarrador ver esta escena e imposible no conmoverse. El dolor de perdr a un hijo es quizás, uno de los más grandes que existe en la vida.

María estaba junto a la Cruz de Jesús, estaba viendo estaba viviendo uno de los momentos más difíciles de su vida: ver morir a su Hijo e incluso de la peor forma, así se lo había anunciado el anciano Simeón: “Y a ti, una espada te atravesará el corazón”.

Qué importante es el papel de nuestras madres en medio de la vida. Para comenzar, es precisamente ella, nuestra madre, la que nos ha dado vida, la que nos ha dado a luz, después de habernos cuidado durante largos 9 meses dentro de su vientre. Ella ha cargado todo ese tiempo con nosotros aguantando todo tipo de dolores. Ya al darnos vida, ha dado también su vida por nosotros, ha entregado su propia vida en favor de nosotros. Es por eso que el dolor de perder un hijo, el dolor de verlo padecer, el dolor de verlo sufrir, es mucho más fuerte para una madre.

Madre, cómo pudiste soportar estar ahí, viendo todo lo que le hacían a tu hijo. ¿De dónde tanta fuerza y coraje? ¿De dónde le viene a esas mamás al pie de la cama de sus hijos enfermos y moribundos, la fuerza para permanecer sin romperse? No hay para mí otra respuesta que la del amor.

Santa Madre, no sólo tu amor de madre, era además también, sentir su amor de Dios. Verlo amando es lo que te daba la fuerza, para tú amarlo también, aún en la hora extrema del dolor. Ninguno de nosotros puede amar a la medida de Dios sin Él. sólo Él nos puede dar lo que necesitamos para amar así. Y Él, tu hijo, no sólo por ser su madre, sino por ser la primera creyente, te amó, y viendo tú te llenas de amor y dolor.

Sí Madre, eres co-redentora. En ese momento uniste tus dolores a los de tu hijo, mientras Él moría en cuerpo, tú morías en espírit. ¡Qué dolor tan terrible ha de ser la pérdida de un hijo! No hay ni nombre para madre que pierde un hijo. Y para ti Jesús, tener ahí a tu madre, no sé si haya significado más dolor o consuelo, ambos seguramente. Por un lado como hijo, pienso en mi madre, hubieras querido evitarle el verte así, hubieras querido evitarle el dolor que causaba verte sufrir y morir. Por otro lado, como hombre, qué consuelo saber que la persona que más amas sobre la tierra, está contigo en el momento más difícil de tu vida. Si en la Cruz experimentaste como hombre la sensación de abandono del Padre, jamás sentiste el abandono de la Madre.

Señor, al contemplar esta escena, sólo puede venir a mi mente un intercambio tan profundo de miradas entre Tú y tu madre, que Juan debe haber quedado perplejo siendo testigo de ella. Como si ella mirándote en silencio te preguntará: “por qué de esa forma”. Y tú en silencio le respondieras: “porque lo acepté”. Y ella te dijera: “Hasta cuándo hijo soportarás todo esto. Acaba ya, mi Jesús, con tanto dolor”. Y tú le dijeras: “hasta el extremo, hasta que no pueda más, hasta que ellos vean cuánto los ama mi Padre. Y ella en silencio aceptaría y te amaría tratando de consolarte, queriendo compartir tu dolor y tú el suyo. 

Qué intercambio de miradas, qué diálogo de amor puro, extremo. Jesús, desde la Cruz, se une al dolor de su Madre y le da sentido a ese dolor. Definitivamente María era, para Jesús, la persona más importante de su vida. Y por eso, no puede dejarla sola, y en un acto de libertad y de amor, le entrega una nueva vida: un hijo. 

Es al pie la Cruz donde empieza a dar frutos el amor, es al pie de la Cruz donde empieza la vida, es al pie de la Cruz donde podemos realmente encontrarnos con María, porque es ahí, en la Cruz, en donde nos diste el más precioso regalo después de la salvación: nos has dado a tu propia madre como madre nuestra.

Ahí podemos ver la imagen de muchas mujeres que, en medio de las adversidades, de las circunstancias difíciles o no tan favorables, han luchado para salir adelante, han luchado para para poder mantener a sus hijos. Y es ahí, al pie de la Cruz, de las luchas, al pie de la Cruz de las dificultades, al pie de la Cruz de las contrariedades, donde han podido dar más vida a sus hijos. 

Pienso, en mi abuela cuando me contaba muchas de sus historias de cómo fue saliendo adelante para poder criar a sus 7 hijos. Y que logró mediante su sacrificio, unir cada vez más a su familia. Y darle una nueva vida de sueños, ilusiones y esperanza.

Tener a María como Madre, es tener a Jesús, porque una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos. Ella sabe, perfectamente, que lo mejor para nosotros, sus hijos, es tener a Jesús. María siempre, en todo momento, busca que nosotros estemos en presencia de su  Hijo Jesús.

Solo en medio del camino de la Cruz es donde mejor podemos encontrar a María nuestra madre. Jesús nos dice que, en medio de las dificultades, de la incomprensión, de la indiferencia del dolor, de la tristeza, tenemos que abrir nuestro corazón a María, tenemos que abrir nuestro corazón al calor de la madre, tenemos que abrir nuestro corazón a la ternura y protección que sólo sabe dar una madre.

María, es la Iglesia, es el lugar donde nos sentimos acogidos, donde nos sentimos seguros, donde podemos experimentar el abrazo tierno y protector de una madre, donde nos sentimos hijos. Junto a María sabemos que no estamos solos, ella nos muestra la Cruz donde está Jesús, para decirnos que ahí no se acaba. 

Ella, desde su corazón, aquel corazón que está unido a su Hijo, sabe que la Cruz es el primer paso para la salvación, para mi salvación, que se entrega viene a darnos la vida, que después de la Cruz viene la luz, luz que ilumina nuestra vida y le da sentido y esperanza a todo lo que estamos viviendo.

Jesús, que mi mirada pueda dirigirla siempre hacia la Cruz, porque es desde allí que me has dado el mayor regalo, que me has entregado lo más importante para ti: me has dado como madre a María. Haz que la reciba como la recibió tu discípulo amado, que abra de par en par las puertas de mi corazón para que pueda cogerla en mi casa, en mi vida. Que una mi corazón al corazón de María, porque en su corazón también está el tuyo Jesús, porque acogiendo a María, es donde comienza la vida, es donde comienza la esperanza, vida y esperanza que Tú nos has entregado por medio de tu madre, por medio de María. Que así sea.

“Si dices que no has sufrido nada aún, entonces no has empezado a ser cristiano” (Comentario a los Salmos, San Agustin de Hipona) Esta frase de San Agustín, me inquieta la conciencia a diario, haciendo que me cuestione si realmente sé sufrir, si soy consciente del sufrimiento de los demás y sobre todo si encuentro a Dios en mi propio sufrimiento. El sufrimiento es un misterio que forma parte, no solo de nuestra vida, sino de la fe misma.

Y por eso hoy estoy aquí, delante del Santo Cristo de los Milagros, Cristo que en su dolor y quietud ha visto pasar generaciones de peruanos, rostros cansados y llantos agradecidos, de creyentes y no creyentes. Delante de este Cristo que mantiene aún los brazos abiertos; quiero meditar con ustedes ese conmovedor relato de los ladrones crucificados con Jesús, relato que tiene por hilo conductor el sufrimiento y donde se entrelazan: el reclamo del ladrón que pasará a la historia como malo, el arrepentimiento del buen ladrón, la súplica del mismo y la promesa generosa de Jesús. Cuatro momentos constantes en nuestra vida: el reclamo, el arrepentimiento, la súplica y la promesa. 

Todo empieza con el reclamo de aquel delincuente, reclamo que, ya sea blasfemo o legítimo, es la reacción ante una realidad que hiere con violencia: “¿No eres tú Dios, el Cristo? ¿no hacías milagros? ¿Por qué no te salvas y nos salvas de todo este dolor? ¿Por qué tenemos que sufrir clavados a esta cruz?

Hoy, bajando la cabeza y auscultando lo profundo de mi corazón, descubro, ahí en lo secreto, este mismo reclamo: ¿Señor porque no haces nada? ¿Por qué permaneces impávido ante la pandemia? ¿Por qué no terminas con este virus? ¿Por qué tanto sufrir?”

Es el grito que tengo hundido en el pecho, es el reclamo que tantas veces he ocultado entre los labios, pero que sigue ahí: irreverente, resentido, dolido por lo “injusto” de la vida.

Y Cristo calla. Siente, pero calla. Va más de dos horas, desnudo y clavado, tiene el cuerpo destrozado, lleno de heridas, la sangre y el sudor se mezclan en su piel desgarrada. Aun así, imagino cómo con esos ojos cansados, pero ardientes de amor, miró al ladrón con paciente ternura; y le mostró que también tenía clavos, que también estaba colgado en esa cruz, que también estaba solo y abandonado, que iba a morir por falta de aire, que estaba pasando por lo mismo.

Y es que el ladrón crucificado se ha encerrado en su dolor, se ha olvidado que le está reclamando a otro crucificado, quizá en peor estado. Es la cerrazón egoísta que mata, que sigue robando vidas, que mira solo en provecho propio.

Hoy, el Señor crucificado nos mira desde su cruz y nos pregunta con la mirada tierna y dolida: ¿Quieres seguir reclamándome, hundido en tu propia angustia? ¿No ves que, como tú, tampoco puedo con mi dolor? Hijo mío, hija mía, mírame aquí clavado no estoy lejos de ti, estoy contigo, en medio de tu angustia, en medio de tu dolor insoportable, en tus hambres y carencias estoy contigo.

Después del reclamo viene el arrepentimiento.

A veces parece que necesito reclamarle a Dios, para luego darme cuenta de la verdad de mi drama, y reconocer mi pecado arrojándome a los brazos de Cristo.

“Nosotros sufrimos condena justamente, porque pagamos nuestras culpas” dijo el ladrón reflexionando sobre su propia vida.

Aceptar y reconocer esa es la actitud que cambia todo. Abrazar mi vida entera, con todo lo que implica una vida, con esas espinas que mezclan mi sangre con el rojo de la Rosa. Saber amar la vida, con sus cruces y crucifixiones, con sus humillaciones inacabables, con su pasado doloroso, con sus rupturas y resurgimientos.

Y saber reconocer mi pecado, mis búsquedas egoístas, mi cerrazón ante el sufrimiento del otro. Saber reconocer que innumerables veces le doy la espalda a Dios, que me cierro a su amor transformador, que huyo de su misericordia.

Aquel ladrón, el del grito desesperado, se quedó solamente en el reclamo, este ladrón en cambio, reconoce su falta, se arrepiente, y suplica un sentido a su vida. Y ya no tiene más peros, ni excusas, ya no tiene dudas, simplemente abraza la cruz porque sabe que es lo mejor para él. Lo más justo. Lo más adecuado.

Ya no se siente solo en su dolor, ahora está acompañado, hay alguien que sufre lo mismo, hay alguien que comparte su dolor.

Y yo ¿Sé reconocer mi pecado y abrazar en mi vida el esignio de mi Padre Dios?

La súplica.

Solo cuando un corazón ha reconocido su debilidad y se deja a abrazar por la misericordia de Dios, brota como una flor la súplica viva que llega a los oídos de nuestro Dios: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.

Jesús, acuérdate de mi
No me dejes en el olvido señor
Acuérdate de mí, porque no tengo quien me recuerde.
Acuérdate de mí, porque no tengo historia, ni familia, ni amigos.
Acuérdate de mí, porque necesito que alguien mire por mi vida.
No quiero morir solo Señor
Sé que no he sido el mejor
Sé que me he portado mal por mucho tiempo
Me alejé tontamente de tu amor
Me escondí de tu presencia
Delinquí tantas veces
Pero no quiero morir así
Tan solo grábame en tus ojos
No permitas que desaparezca en la nada
Que mi vida acabe en el vacío
Que me pierda en el sinsentido
Guárdame en tu corazón abierto
Y cuando llegues a tu reino
Recuérdame como quien sufrió a tu lado
Como tu indigno compañero de dolores
Como el que te hizo más llevadera la muerte en esa cruz desde otra cruz.
Y sálvame junto a ti
Llévame al paraíso,
al lugar donde se hace realidad tu reino
Ese reino de justicia y de verdad
Ese reino donde no hay marginados, porque todos somos hermanos
Ese reino donde no hay más cruces, porque la deuda está saldada.
Señor Jesús
Acuérdate de mi
Cuando llegues a tu reino.

Finalmente, todo se cierra con una promesa:

Quisiera que al final de nuestras vidas siempre haya una promesa. Más allá del vértigo de elegir entre las múltiples posibilidades que te da la vida, quisiera que todos los caminos terminaran en esta promesa:

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Hoy, no después, no mañana, para Dios es hoy, para Dios es ahora.
Siento como si me dijera:
Hijo te quiero hoy conmigo,
Hoy quiero hacer de tu infierno un paraíso.
Me pides que me acuerde de ti, pero cómo se me va a olvidar
Si te vi al lado mío sufriendo, si tus gritos se mezclaron con mis gemidos.
Hijo mío, no me puedo olvidar de ti, porque el mismo dolor nos atraviesa.
Por eso hoy quiero llevarte conmigo, hoy quiero tenerte a mi lado.

Quiero terminar esta meditación orando con un texto de Dom Pedro del Araguaia (Las siete palabras de Cristo en la Cruz, Pedro Casaldáliga).

Tu corazón sin puertas, siempre abierto,
¡qué fácil es robarte el Paraíso!
Bandidos todos nosotros,
depredadores
del Cosmos y de la Vida,
sólo podemos salvarnos
asaltándote, Cristo,
en nuestro «hoy» diario-
esa Misericordia que chorrea en tu sangre…
Tu blando silbo de Buen Pastor nos llama.
Tu corazón reclama, impaciente,
a todos los marginados,
a todos los prohibidos.
Tú nos conoces bien, y nos consientes,
hermano de cruz y cómplice de sueños,
compañero de todos los caminos,
¡Tú eres el Camino y la Llegada!
Amén.

La noche de la pasión ha debilitado la humanidad de Jesús al extremo de sangrar en la intimidad de la oración del Huerto, El Padre ha podido ver en ese momento cómo el Verbo asumió la naturaleza humana incluso hasta temblar ante el episodio de la muerte, pero también el Padre ha podido contemplar la fuerza de la divinidad que quiere entregarse para dar vida. ¡La humanidad desnudada ante el sufrimiento y el dolor!

Pero la oscuridad se ha hecho más intensa durante toda la noche y la mañana siguiente. Sus amigos también han puesto al desnudo su naturaleza: primero el beso de la traición, luego las negaciones de Pedro. Aquellos que eran los defensores del culto, del templo y de la ley antigua: han dejado ver su humanidad corroída por el egoísmo y la ambición. El representante del emperador romano, también ha mostrado su lado más humano: le interesó más la popularidad que su conciencia, sentenció al inocente y se liberó del problema sin comprometerse haciendo gala de indiferencia, pero también de complicidad. El proceso, los latigazos, las burlas y escupitajos fueron más de lo mismo…

El ascenso a la Cruz por la Calle de la Amargura, fue el camino de la humanidad sufriente. Por eso, cuando los evangelistas narran que al medio día la faz de la tierra se llenó de oscuridad, ya la humanidad misma se había oscurecido por completo.

Hoy, como en aquel momento, la humanidad está anegada de dolor y sufrimiento. Se repite el drama del Viernes Santo. Todo parece ennegrecido por los contagios, la enfermedad, las muertes, nos sentimos inseguros ante el visitante invisible. Estas tinieblas se hacen más densas porque hay traiciones como las que sufrió Jesús, porque hemos visto algunas autoridades que se han enmohecido por sus propios intereses y su pasmosa y complice despreocupación.

Sin embargo, el Varón de Dolores, cumple su misión hasta el final y desde el madero de la cruz despeja las tinieblas, para mostrar la misericordia de Dios que devuelve la vida. El que está desgarrado y como dice Isaias: “no tenía apariencia humana”,  ofrece rehacer la humanidad con esta primera palabra de gracia y perdón. Que esta palabra aliente nuestra vida y nos abra el camino de la luz.

1. Una Palabra regeneradora.

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” no es solo la palabra con la que empieza este sermón. Es la mejor muestra de la generosidad de Dios. Dios que lo ha dado todo hasta subir a la cruz, quiere seguir dándose por nosotros, regalándonos un amor que regenera la humanidad.

En realidad, esta palabra es la rúbrica final sobre todo lo que ha hecho en su vida pública: dar vida, devolver la vista, abrir los oídos, restituir la movilidad a los paralíticos, perdonar a los pecadores… no ha sido otra cosa que resucitar a los que estaban hundidos en las tinieblas de la muerte.

Las palabras del perdón del Crucificado no hacen sino repetir el bello episodio de “misericordia et misera”, como tan bellamente explicó el Papa Francisco al inicio del pasado año de la Misericordia, evocando las palabras del gran Agustín. En la cruz se encontró nuevamente la humanidad en su peor miseria y la magnánima y generosa misericordia de Dios.

2. Jesús predica el Evangelio del Amor.

Cuando el Evangelio nos habla del mandamiento del amor, nos podemos dejar envolver por el idílico mensaje de la caridad fraterna, llevarnos bien con todos, vivir en un estado de paz ideal… pero la realidad de las relaciones humanas no solo tiene estos registros románticos. Las relaciones humanas son, en no pocas ocasiones, difíciles y tensas. Hemos aprendido de Dios a darnos totalmente a los demás, pero nuestro egoísmo, superficialidad e individualismo, nos ha afianzado en el arte de hacer el mal, de actuar en contra del hermano (el arte del mal hacer), hablar mal del prójimo (mal decirlo) cuando nos sentimos heridos por el otro.

Y eso el crucificado no solo lo sabe, sino que lo ha predicado tantas veces cuando nos ha hablado del perdón, hasta el extremo (setenta veces siete), cuando ha perdonado, y cuando nos ha dicho que hay que amar hasta a los enemigos.

Siendo víctima pascual, el crucificado no se victimiza. Es fácil victimizarse para causar pena y despertar lástima en los demás. Pero eso no es digno de Dios, tampoco el crucificado aplica la ley del Talión, no tiene sed de venganza, ni desea el mal a quienes le llevaron a la cruz… solo tiene palabras de perdón.

Jesús implora el perdón sobre aquellos, que no saben lo que hacen…

Pero, hay muchos que saben lo que hacen y siguen crucificando a la humanidad: los que impunemente matan a inocentes a través del aborto, los que roban en las calles quitando las pertenencias del otro hasta arrebatarles la vida, los que se aprovechan de la confianza del pueblo y hacen mal uso de su autoridad que la ciudadanía les ha conferido, los que se aprovechan de la pandemia para dejar a la intemperie a los vulnerables, los grandes que maltratan a sus trabajadores….

Hoy en día todos hablan y saben lo que deben hacer para remediar la situación del país, todos saben lo que hay que hacer, y lo han dicho de varias formas en estos últimos días, hasta enfrentándose con argumentos ad hominem, pero, Dicen lo que hay que hacer.. habrá que preguntarnos: ¿sabrán realmente cómo deben actuar buscando la unidad para salvar a la humanidad, para salvar al país, para salvar a los cristos crucificados por la pandemia mientras ellos discuten luchando por el poder?

Algunos actúan como mercenarios, solo cumpliendo órdenes como los centuriones y los verdugos romanos, otros para favorecer su seguridad e intereses como los sumos sacerdotes y el Sanedrín, y otros, vacilantes e inseguros, detrás de sus escritorios tomando decisiones sobre los demás y lavándose las manos como Pilato.

Sin embargo, Jesús perdona a todos, y quiere perdonar a todos para promover la conversión, la vuelta a Dios. Quiere devolver a todos la dignidad de ser reflejo de Dios.

3.   La generosidad del Crucificado.

Jesús, perdónanos también a nosotros y ponnos al servicio de tu reino, reino de paz y de justicia, de amor y misericordia. Aunque ponernos a tu servicio signifique marcar nuestras vidas por las heridas de la cruz.

Porque servir a Jesús significa no solo aceptar la cruz, sino cargarla y subir con Él al Gólgota de la pasión para vivir la reconciliación con Dios y con nuestros hermanos.

Con tanta razón la Santa Teresa de Jesús, afanada en expandir la renovación de la Iglesia y de su Orden, fundando monasterios encontró mil trabas y en el colmo de la desesperación reclama al Señor diciéndole “¿Así tratas a tus amigos?” y el Señor le responde “así trato a mis amigos por que los amo” y la gran Teresa, reconociendo con humildad la nueva ley del amor, con rendida obediencia le confiesa: “Ahora entiendo por qué tienes tan pocos amigos,  por que a los que te crucificaron los perdonas, pero a los que amas, tú los crucificas”. Que así sea.

Hoy Viernes Santo, es el día de la Cruz. Por ello, nos disponemos desde nuestras pequeñas comunidades (casas ), a participar del Sermón de las Siete Palabras. Desde el mediodía, a través de la señal del Canal del Estado, meditaremos sobre las últimas palabras que nuestro Señor Jesucristo, estando en la cruz, nos dejó.

A continuación compartimos la relación de los predicadores que nos acompañarán y reflexionarán durante el Sermón de las Siete Palabras:

Primera Palabra
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
A cargo de: Mons. Juan José Salaverry Villareal OP, Obispo Auxiliar de Lima

Segunda Palabra
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso»
Jesús Choy, jovenseminarista del Seminario de Santo Toribio

Tercera Palabra
«Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «ahí tienes a tu madre»
Luis Alberto Mora, Diácono de la Arquidiócesis de lima.

Cuarta Palabra
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Padre Alejandro Adolfo Wiesse León, Ministro provincial OFM

Quinta Palabra
«Tengo sed»
Carmen Toledano Sánchez, Priora del Monasterio de las Agustinas en Lima

Sexta Palabra.
«Todo está consumado»
Padre Jan Lozano, Párroco de la Parroquia Natividad de María

Séptima Palabra.
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
Mons. Guillermo Antonio Cornejo Monzón, Obispo Auxiliar de Lima

Toque de campanas a las 3 de la tarde.

Por otro lado, la Iglesia de Lima se unirá en esta Semana Santa a través de un gesto especial: al llegar las 3 de la tarde, hora de la Misericordia, las campanas de las Parroquias de nuestra Arquidiócesis resonarán en toda la ciudad.

Este gesto sencillo nos une en la fe y en la oración por todos nuestros enfermos a causa de la Covid-19, por todos los ‘Cristos sufrientes’ que hacen hacen largas filas a diario en busca de oxígeno, por nuestros enfermeros, policías, militares, jóvenes voluntarios, sacerdotes y religiosas.

En este Viernes Santo, Monseñor Guillermo Elías, nos invita a reflexionar en familia a través de una serie de gestos complementarios.

«Este Viernes Santo meditamos la vida del Señor, sus palabras, que tanto edifican», comentó el Obispo Auxiliar al inicio de su meditación.

Monseñor Elías recordó que la injusta condena de Cristo nos debe interpelar hondamente para recordar tantas situaciones de muerte en la ciudad como la injusticia, la mentira, la corrupción, el hambre, ésa falta de transparencia de las políticas del Estado, un sistema de oxígeno tan carente que provoca la muerte de tantos hermanos.

El Crucificado que tengamos en el centro de nuestra mesa será el que presidirá este Viernes Santo en familia.

A través de los gestos de hoy, recuerda Monseñor Guillermo, intentemos reflexionar sobre todos los ‘Cristos sufrientes y crucificados’ de nuestra sociedad, de nuestra familia y de nuestro país.

Central telefónica
(511)2037700