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En un mundo necesitado de inspiración, el Señor nos llama hoy a ser misioneros para curar las heridas de la gente y despertar, con la fuerza del amor de Dios, toda la grandeza de nuestra humanidad. Este es el mensaje que nos ha dejado Monseñor Carlos Castillo en la homilía de este domingo XV del Tiempo Ordinario.

Durante la Misa Criolla por los 125 años del nacimiento de Felipe Pinglo, el Prelado insistió en la importancia de inspirarnos en el Espíritu del Señor para promover nuestra vocación y dejar suscitar toda la maravilla de Dios que nace de lo más profundo de nuestro ser.

Antes de la bendición final, en la Catedral de Lima se cantó a viva voz «El Plebeyo» , preciosa composición de Pinglo que nos recuerda que «el amor, siendo humano, tiene algo de divino» porque nuestra existencia es engendrada desde el amor gratuito y fecundo de Dios.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

En el Evangelio de hoy (Mc 6,7-13), el Señor envía a sus discípulos, de dos en dos, a anunciar el Evangelio, otorgándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Esta «autoridad», explicó Monseñor Castillo, es la suscitación de una «fuerza vital» que nos inspira a realizar nuestra misión. No se impone, sino que genera esperanza y alegría, introduciendo «un espíritu nuevo en la gente para salir adelante en medio de los problemas, los dolores, las enfermedades y dificultades».

Por lo tanto, todos estamos llamados también a recibir y compartir esa autoridad que nos da Jesús a través de la fuerza de su Espíritu para ser testigos y anunciadores del Señor en todas las circunstancias de la vida.

A 125 años del natalicio de Felipe Pinglo

Durante la celebración, se hizo una remembranza sobre la figura de Felipe Pinglo, compositor peruano que, a través de su música, «tomó conciencia de su misión de anunciar el Evangelio». El arzobispo de Lima señaló que el legado de Pinglo es un ejemplo de cómo, desde lo más hondo de nuestro ser, podemos comunicar el Espíritu y compartir la esperanza.

Monseñor Castillo sostuvo que la vida de Felipe Pinglo, nacido en el contexto de una Lima en transformación, nos enseña que todos podemos desarrollar nuestra sensibilidad si nos dejamos guiar por el Espíritu. Pese a haber vivido en orfandad desde muy pequeño, Pinglo «captó con profundidad las vivencias de la sociedad y las transformó en arte». Su visión de que «el amor humano tiene algo divino» nos invita a valorar la generosidad, el servicio y el don que nos viene de Dios.

Felipe Pinglo entendió que lo más divino del amor conyugal, de la amistad y la generosidad, es el amor gratuito. Por eso dice que «amar no es un delito», porque todos somos amados gratuitamente por Dios.

La música y la poesía de Felipe Pinglo nos recuerda que el Señor germina en nosotros la vocación de servir y acompañar al mundo en sus alegrías y tristezas. Todos tenemos algo que aportar, pero, primero, debemos estar dispuestos a escuchar la voz del Señor que nos ha elegido para anunciar el Evangelio, curar las heridas de la gente y reconocer lo bueno que tiene cada persona.

En un mundo que tiende a calcular y despreciar, debemos suscitar la maravilla de la vida y hacer las cosas que nos nace de lo más profundo.

En otro momento, el arzobispo Castillo manifestó su preocupación por la violencia exacerbada en la que viven nuestras sociedades, especialmente, en el país hermano de Estados Unidos, donde se registró un atentado contra la vida del ex presidente Donald Trump.

Antes de la bendición final, y como signo de amistad y de reencuentro con las bases de nuestra ciudad, se entonó en Catedral de Lima la canción de «El Plebeyo», uniéndonos espiritualmente a las palabras más hondas del vals de Felipe Pinglo.

La Eucaristía de este domingo XV del Tiempo Ordinario contó con la presencia de los Movimientos Encuentros de Promoción Juvenil (EPJ), en el marco de su 50 aniversario. También estuvieron presentes familiares de Felipe Pinglo y los jóvenes de la Confirmación de la Parroquia El Sagrario.

Familiares de Felipe Pinglo

En su comentario del Evangelio de hoy (Marcos 6, 1-6), el arzobispo de Lima destacó la grandeza del Señor para acompañar a la humanidad y promover, pedagógicamente, una educación basada en la reflexión y el compartir experiencias. Por eso, como Iglesia tenemos la misión de no despreciar la sabiduría del pueblo sencillo y escuchar en su clamor al Dios que nos ama y se esconde en la historia.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Pese a ser despreciado por sus orígenes humildes, Jesús ha querido revelarnos que Dios tiene una opción preferencial por los pobres y marginados, a quienes debemos aprender a escuchar. Estas fueron las palabras de Monseñor Carlos Castillo en su homilía de esta mañana en Catedral de Lima: «Muchas veces, se desprecia lo interesante de las personas, sobre todo, si son sencillas y humildes. Lo mismo ocurrió con Jesús, que fue despreciado en la sinagoga por ser el hijo del τέκτων (tecton = carpintero, técnico), es decir, era visto como alguien de bajo nivel. Los prejuicios no permitían que comprendan la novedad que les trajo el Señor», explicó.

Este es un problema que no vamos a superar mientras se siga descartando la voz de los que viven en el margen. El obispo de Lima indicó que necesitamos aprender de la sabiduría y la experiencia de la gente sencilla para encontrar soluciones justas y aterrizadas. Iniciativas como el vaso de leche y las ollas comunes muestran cómo la sabiduría popular puede resolver problemas significativos.

Nuestro pueblo tiene una sabiduría que es casi divina porque se organiza para solucionar realmente los problemas. Ojalá todos tuviéramos esa capacidad de escuchar y no contagiar el desprecio.

En otro momento, Monseñor Carlos sostuvo que la Iglesia también tiene un rol importante en los procesos de diálogo y escucha que debe haber con las comunidades. Sin embargo, a veces nos preocupamos más en enseñar la doctrina que en practicar el método pedagógico de Jesús, que enseñaba con ejemplos, acercándose a la gente y alentándola: «Nos han hecho creer que no tenemos nada que aportar y solamente hay que amoldarnos a lo que se nos manda. En vez de conversar, en vez de suscitar la iniciativa del pensamiento crítico, solamente hemos formado catecismalmente», advirtió.

La vida es compleja y se requiere algo más que una educación bancaria. Necesitamos desarrollar libremente el pensamiento, la opinión, ponernos de acuerdo y avanzar juntos.

El arzobispo de Lima reiteró su invocación a valorar las distintas iniciativas que se vienen preparando para tratar de resolver los problemas con amistad, con perspicacia y mirando hacia el futuro. Y acotó: «El Papa ha dicho que la Iglesia es constitutivamente sinodal y todos tenemos que aprender a participar».

En el marco de las celebraciones por el Día del Maestro, el Primado del Perú hizo un llamado a recordar a nuestros maestros no por su rigidez, sino por su capacidad de enseñarnos a comprender, reflexionar y amar. Y siguiendo el ejemplo de Jesús, el Gran Maestro, acompañemos a las nuevas generaciones que son la esperanza del país. «Dios nos bendiga a todos en esta misión de enseñar y aprender con amor y sabiduría», recalcó el Prelado.

La Eucaristía de este domingo XIV del Tiempo Ordinario contó con la participación de la comunidad Uniendo generaciones y las OSB. El acompañamiento musical estuvo a cargo del Coro Juvenil Arquidiocesano de Lima.

En el domingo XIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a dejarnos interpelar por la «fuerza amorosa y renovadora del Señor» que sana nuestras heridas más profundas, alienta a desarrollar nuestra vida y nos levanta para responder a los situaciones complejas con madurez, prudencia y sabiduría.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

Al inicio de su Homilía, el Arzobispo de Lima afirmó que, como señala el libro de la Sabiduría, «Dios no creó la muerte», sino que nuestros errores humanos y el deseo de poseerlo todo nos conducen a la auto-condena. A pesar de nuestros pecados, el amor gratuito del Señor nos permite redimirnos de esos males y liberarnos de la muerte.

El Prelado también explicó que la muerte no solo se manifiesta físicamente, sino en formas de depresión, maltratos y desprecios. «A veces, nos apresuramos y no somos capaces de reconocer que la vida requiere ser vivida con paciencia, ponderación, con orden y reflexión», sostuvo.

En ese sentido, el Evangelio de hoy (Marcos 5,21-43), es una oportunidad para comprender cómo el Señor está siempre atento a desarrollar vida en nosotros y nos llama a comunicarla a través del servicio y el sentido de responsabilidad. Esto fue lo que sucedió con la mujer enferma que tocó el manto y la hija de Jairo.

La fuerza amorosa del Señor sana nuestras heridas y nos renueva

En el primer caso, la mujer que sufría de flujo de sangre creía fervientemente que podía curarse con tan solo tocar el manto del Señor. Al atreverse a hacerlo, Jesús reacciona y se voltea porque «ha sentido una fuerza inagotable que sale de Él, una fuerza renovadora de santidad y una fuerza amorosa que sana, que ayuda a la gente y la alienta».

“¿Quién me ha tocado?”, pregunta el Señor a la multitud, y ella decide acercarse humildemente a contar lo que ha pasado. Monseñor Carlos destacó aquí otro gesto importante de Jesús: «quiere escuchar nuestro clamor» y «nos comuniquemos con Él dejando que salga todo lo que cargamos, nuestros dolores y sufrimientos». El arzobispo dijo que la Iglesia también está llamada a escuchar permanentemente el clamor de la gente, a dejarse «tocar» e interpelar por sus cuestionamientos y necesidades.

Al manifestar lo que le había ocurrido, la mujer no solo se había restablecido del flujo de sangre que padecía, también había «restablecido su capacidad de ser persona», porque ha hablado en público en una época de censura hacia la mujer. «La mujer tiene un lugar digno en la historia que no podemos acallar. Tenemos que superar el machismo y la violencia que existen en nuestra sociedad y silencian la vida de tantas mujeres en nuestro país y en el mundo», exhortó.

Resucitar es también levantar a la persona y alentarla

En el segundo caso está la hija de Jairo que, a sus doce años, había «muerto». Sin embargo, cuando el Señor llega a verla expresa lo siguiente: “Está dormida, no está muerta”. ¿Por qué Jesús dice estas palabras? El arzobispo Castillo indicó que, en la cultura hebrea, los doces años era una edad marcada por la responsabilidad y el compromiso matrimonial.

«Es probable que a la muchacha le vino una de esas depresiones terribles porque fue emparejada con alguien que no quería y, entonces, se «echó a morir». Pero el Señor quiere que todos maduremos, inclusive, siendo pequeños, y sigamos nuestros procesos de vida. Jesús no solamente quiere nuestra resurrección después de la muerte, también quiere que resucitemos ahora, levantándonos de nuestros problemas, alentando y creciendo», reflexionó el Prelado.

“Muchacha, a ti te digo, ¡levántate!”, es la respuesta del Señor. Y detrás de estas palabras hay un llamado a suscitar la inteligencia para responder a los desafíos de la vida sin apresuramientos ni engreimientos, sino aprendiendo a escucharnos entre todos y buscar una solución juntos a las dificultades.

Antes de la bendición final, nuestra Vicaría de la Juventud compartió el logotipo elegido para la nueva edición de la Jornada Arquidiocesana de la Juventud 2024, próxima a celebrarse el 10 y 11 de agosto. Para este año, el lema elegido será: «Joven de esperanza, unidos en acción y alegres en la misión».

La Eucaristía de este domingo contó con la asistencia de la Congregación Hermanas del Amor de Dios; la Hermandad de Oración a «Jesús Nazareno» de Ayacucho Residentes en Lima; y los jóvenes de la Parroquia San Francisco de Asís de la Tablada de Lurín.

Participaron como concelebrantes el Padre Rodolfo Silva, vicario de la Vicaría de la Juventud; y el Padre Juan Anderson.

La Solemnidad de San Pedro y San Pablo congregó en la Basílica Catedral de Lima al episcopado peruano, autoridades civiles, políticas y académicas; todos reunidos para orar por el Santo Padre, el Papa Francisco, en una Eucaristía oficiada por el Nuncio Apostólico en el Perú, Monseñor Paolo Rocco Gualtieri.

Por su parte, el arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, recordó que la Iglesia tiene la misión de «abrir las puertas» para ver el rostro de la sinodalidad y anunciar la gratuidad del Reino de Dios, de lo contrario, «convertimos la Iglesia en un negocio de puertas cerradas».

En la homilía de hoy, Monseñor Gualtieri sostuvo que, al igual que Pablo y Pedro, todos estamos llamados a reconocer al Señor en nuestras vidas y en la historia de nuestro pueblo:

«A veces, pensamos que la Iglesia es nuestra, y actuamos como si Jesús fuera un extraño y nosotros somos los amos. La Iglesia es del Señor, no nuestra, y la piedra presente es Francisco, a quien le expresamos toda nuestra gratitud afectuosa por la belleza que está tratando de dar a la Iglesia, purificándola y ayudándola a parecerse más a su Señor y hacer que todos digamos con nuestra vida: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, mi Señor«, resaltó el Nuncio.

Leer transcripción de homilía del Nuncio Apostólico

Monseñor Gualtieri señaló que los testimonios de vida de los santos apóstoles son la inspiración que nuestra Iglesia necesita para continuar su camino de conversión personal, social y espiritual. Puntualmente, la pregunta que le hace el Señor a sus discípulos en la Liturgia de hoy (Mt 16, 13-19), : «¿Quién dicen que soy yo?», es también una pregunta que debemos hacernos todos, pues de la respuesta que realicemos depende nuestra relación con el Señor y con la Iglesia.

La vida de San Pablo y San Pedro es toda una invitación a que cada uno de nosotros haga de Jesucristo el Señor de su vida.

Arzobispo de Lima: Abrir nuevos caminos para ver el rostro de la sinodalidad

En una breve intervención, Monseñor Carlos Castillo explicó que la Fiesta de San Pedro y San Pablo es una oportunidad para agradecer la presencia histórica del Santo Padre y renovar nuestra fidelidad a la Iglesia.

«A través de Pedro, Dios abre las puertas de la historia y los desafíos de anunciar la fe a todos los pueblos. Son puertas que están llamadas a abrirse en todos los corazones y en todas las situaciones difíciles», reflexionó el Prelado.

El arzobispo de Lima manifestó que todos estamos llamados a abrir la Iglesia hacia nuevos caminos y no retroceder en su misión de evangelizar. En cambio, el encerrarse en el pasado o anquilosarse a la tradición sin mirar hacia adelante, nos impide ver el rostro de la Sinodalidad de la Iglesia y atender los desafíos de la historia.

Estamos para compartir un Reino de Dios gratuito, generoso y barato. Y todos tenemos que seguir este camino de gratuidad, de lo contrario, convertimos la Iglesia en un negocio de puertas cerradas que generan indisposición y maltrato. La Gracia, o es gratuita, o es una desgracia.

Leer transcripción de palabras de Monseñor Carlos Castillo

Finalmente, dirigiéndose a nuestro Nuncio Apostólico, el arzobispo Castillo añadió: «Te decimos con todo el corazón que, por representar al Santo Padre, nos estás llenando de vida y de esperanza desde el momento en que hiciste tu primer discurso. Que todos defendamos el bien común y el derecho humano elemental», indicó.

La Solemnidad de San Pedro y San Pablo en Catedral de Lima contó con la presencia de Su Eminencia Reverendísina, Cardenal Pedro Barreto; el Excelentísimo Monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, presidente de la CEP Arzobispo de Trujillo; obispos de las diócesis hermanas, nuestros obispos auxiliares de Lima y miembros del cabildo catedralicio.

También acudieron ministros de Estado, autoridades civiles, militares y académicas, embajadores y miembros del cuerpo diplomático.

Inspirado en la Liturgia de hoy, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia del encuentro íntimo y profundo con Dios en la oración para afrontar las situaciones de tormenta con calma, ponderación y mesura. En cambio, si actuamos por desesperación o temor, perdemos el sentido de las cosas. «El Señor nos conduce y nos da el aliento que necesitamos para seguir caminando en medio de las dificultades. Él no nos abandona», reafirmó el Prelado.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

El Evangelio de este domingo XII del Tiempo Ordinario (Marcos 4,35-40) narra cómo Jesús y sus discípulos enfrentan una repentina tormenta en el lago Tiberíades. Mientras que los discípulos caen en desesperación y miedo, el Señor se muestra tranquilo (inclusive, estaba dormido en la popa de la barca).

«El Señor, sabiendo que esto puede pasar, siempre necesita «estar en Dios». Jesús recupera las fuerzas llenándose del Señor mientras duerme, pero los discípulos están más atormentados que la misma tormenta porque todavía no saben interpretar los signos. Para eso, necesitamos siempre la guía del mismo Dios que nos viene a conducir», explicó el Monseñor.

En la oración y en la tranquilidad, nos llenamos de Dios y, luego, salimos con ánimos para poder seguir caminando, así tengamos problemas.

Al igual que los discípulos en la tormenta, cada vez que ocurre un problema grave podemos correr el riesgo de «atormentarnos más de la cuenta». Sin embargo, el Señor quiere que aprendamos a situarnos directamente en los problemas humanos para afrontarlos desde la calma, con inteligencia, mesura y sin temor.

No caer en la desesperación ante una crisis

En ese sentido el arzobispo de Lima sostuvo que el temor es un elemento que le atribuimos a Dios por equivocación: «A veces, los seres humanos inventan que Dios es amor y temor, alegría y miedo. Eso lo conocemos, inclusive, en las palabras que nos dicen nuestras mamás: “Si te portas mal, te va a castigar Dios”. Pero Dios no nos condena, Él nos llama insistentemente», afirmó.

«La desesperación ante la crisis que se vive en la comunidad peruana y en el mundo» es otro de los problemas que debemos aprender a resolver, aseveró el Prelado. Para ello, tenemos que profundizar lo que está pasando y ponderar las cosas antes de tomar una decisión inmediata.

La respuesta fundamental a todos los problemas que existen es siempre el amor, la solidaridad, la pacificación, el aprender a hacer las paces.

Monseñor Castillo advirtió que la inmediatez y la desesperación fueron las causas del pecado original de nuestros primeros padres, que terminaron comiendo el fruto del Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, es decir, no razonaron y se «comieron» la sabiduría. Cuando actuamos sin pensar, distorsionamos el sentido de la vida.

La Biblia es un himno a la razón, a la razón profunda, a la inteligencia. Si no tenemos una fe inteligente, entonces, nuestra esperanza recae en lo inmediato, sin ver más allá.

Frente a la angustia de sus discípulos por la tormenta, el Señor ordena callar al mar. Ese silencio también es necesario cuando se presenta una crisis, porque necesitamos detenernos a pensar, entrar en diálogo íntimo con Dios y tener la fuerza para acertar con firmeza. Y para eso se necesita el aporte de todos, no sólo de unos cuantos.

El Papa insiste que la Iglesia tiene que ser sinodal, es decir, hablar los unos con los otros para solucionar los problemas. Aquí nadie sobra, todos tenemos algo qué aportar en este mundo.

Finalmente, agradeciendo la visita de la Embajadora de Estados Unidos en el Perú, Stephanie Syptak-Ramnath, el arzobispo de Lima agregó: «Junto a los Estados Unidos queremos que, ahí donde uno de los pilares de la democracia se inventó, pueda seguir existiendo esa democracia al servicio de todas las naciones de la tierra, especialmente, de las más olvidadas».

Al celebrar el Día del Padre , Monseñor Carlos Castillo, inspirado en las parábolas de la semilla, recordó que Dios quiere el florecimiento de todo nuestro pueblo para que su Reino no sea solamente en el «más allá», sino en esta historia y en el presente.

Este es un llamado que se extiende a todos los que desarrollan el rol de la paternidad, especialmente, a los padres de la Patria que tienen a cargo de la dirección del país: «Para que haya un mejor futuro entre nosotros y nuestras familias, seamos como este hombre que plantó su semilla, tuvo paciencia y, simultáneamente, surgió de ella un árbol fuerte para acoger a todos y avanzar como la familia de todos los peruanos y de la Iglesia», comentó.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Monseñor Castillo reflexionó sobre las dos parábolas del Evangelio de hoy (Mc 4, 26-34), que nos invitan a considerar a Dios como un Padre amoroso y paciente que siembra la semilla del Reino en cada uno de nosotros. «Ese Reino del Padre se presenta como esa semilla que va creciendo y va haciendo fruto por ella misma. Dios no es autoritario, Él suscita nuestra vida, hace que nos desarrollemos poco a poco, y solamente cuando germina el fruto, se puede hacer la cosecha y se puede compartir esa cosecha», expresó.

Esta imagen de un Dios que fomenta el crecimiento gradual y fructífero fue resaltada como un ejemplo para los padres, llamados a cultivar y acompañar el camino de vida de los hijos, de la familia y la sociedad:

Una de las crisis más grandes que tenemos en la humanidad es la dificultad de ser padre en esta sociedad. Y para esto necesitamos superar esa imagen del padre autoritario y reconocer la importancia de un padre amoroso y paciente que acompaña.

A la vez que Dios es paciente, simultáneamente, compara el Reino de Dios con la semilla de mostaza que, una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos. El arzobispo de Lima sostuvo que Dios no es una especie de «dios melifluo o engreidor», Él sabe que «el verdadero amor suscita la responsabilidad y fortaleza de la persona para que sea treja».

Ninguno de los dos extremos, actitud autoritaria o actitud engreidora, contribuyen a una paternidad responsable. Por eso, el Prelado hizo un llamado a superar estas dos formas de comprender la vida y plantear una manera distinta de educarnos. «Dios es maestro, nos enseña pedagógicamente y nos conduce a una experiencia de amor verdadero, pero sin perder el horizonte y la exigencia de nuestra misión en este mundo», resaltó.

Esta invocación también fue dirigida a todos los padres de la Patria y dirigentes que tienen en sus manos las decisiones del país: «Hay que saber dirigir y ordenar, reconociendo el propio límite, el valor y la necesidad de los demás en cada situación, en cada caso. Hay muchos problemas en este momento y tenemos que recurrir al mensaje que nos dejan las parábolas: paciencia, cariño con el pueblo y firmeza en las cosas importantes», agregó.

Si el Reino de Dios se parece a un hombre que plantó una semilla es porque el Reino de Dios tiene que parecerse a nosotros, acá, en esta historia. Dios ha venido a salvarnos completamente, es decir, a salvarnos en esta tierra para llegar plenamente al Reino definitivo.

La Eucaristía del domingo XI del Tiempo Ordinario se ofreció especialmente por los 160 años de veneración de la Santisíma Cruz del Solar El Jaime.

En la Fiesta del Qoyllur Riti, celebrada en Catedral de Lima con más de 30 imágenes sagradas de hermandades cusqueñas, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a vivir nuestra fe con inteligencia y actitud de apertura, reconociendo la belleza de nuestra diversidad cultural y sin «satanizar» lo bueno que puede haber en el mundo con etiquetas o palabras de desprecio que bloquean toda posibilidad de un futuro mejor.

Leer transcripción de homilía

Dirigiéndose a las comunidades quechuahablantes presentes en la Eucaristía de este domingo X del Tiempo Ordinario, el arzobispo de Lima sostuvo que la celebración del Qoyllur Riti renueva la manera en que sentimos y pensamos nuestro país porque «estamos coloreando de otro modo nuestro ser nacional».

Es esa diversidad cultural, representada en las diferentes imágenes que visitan la Catedral de Lima, el mejor ejemplo de cómo podemos construir relaciones fraternas.

En alusión al Evangelio de hoy (Mc 3, 20-35), Monseñor Castillo explicó que el Señor nos invoca a fortalecer nuestros lazos de amistad y cercanía con los demás, aprendiendo a reconocer el valor de cada persona y su aporte a la sociedad. «El Espíritu Santo, el amor de Dios, está en las personas, en los pueblos, en la belleza de nuestras culturas», reiteró.

El problema se presenta cuando tenemos actitudes de desprecio que pretenden «satanizar» o tachar todo lo bueno que hay en el mundo. Cuando eso ocurre, nos «endiablamos» y nos destruimos unos a otros. Eso fue lo que sucedió con los escribas, que acusaban a Jesús de tener dentro a Belzebú (demonio). Pero el Señor nos deja un mensaje muy importante: nunca caigamos en la tentación de llamar “supay” (diablo) a quien es bueno.

Jesús viene para botar de nuestros corazones y de nuestras relaciones todos los “demonios”, todos los “supays” que podamos tener.

Una fe cristiana capaz de percibir dónde están los problemas

Cuando los escribas insisten en que Jesús está fuera de sí y su familia lo busca, el Señor responde: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». Detrás de estas palabras aparentemente contradictorias, hay un serio cuestionamiento al modo en que vivimos nuestra fe, apartada de toda capacidad de reflexión.

Cuando nos dejamos llevar por lo inmediato o los chismes, cuando no profundizamos las cosas y nos «ahorramos el discernimiento», estamos repitiendo el pecado de nuestros primeros padres: comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. «Este es un problema de falta de sabiduría, en donde nos destruimos, hacemos chismes, y decimos que quien hace el bien es ‘malo’ y quien hace el mal es ‘bueno'», insistió el Prelado.

Necesitamos tener la sabiduría para no caer en el juego de enfrentarnos tontamente, sino para ver cómo solucionamos el problema juntos. Y esa inteligencia es constructiva, no es destructiva.

En otro momento, el Primado del Perú pidió mantener una actitud vigilante ante los «planes engañosos» que se presentan en «papel de lujo» y esconden intenciones terribles. «Hay quienes quieren sustituir los bienes universales que tenemos todos por inversiones privadas y hacer lo que sea para sacar plata. Por ejemplo, necesitamos que nadie privatice el aire, que nadie tercerice el aire porque es propiedad de todos», indicó.

Y dirigiéndose a los representantes de las hermandades cusqueñas, el arzobispo de Lima agregó: «Ustedes han construido, inteligentemente, pueblos prósperos que saben cultivar la tierra y el ganado. Ése es el gran aporte que vuestras culturas, vuestro camino y vuestras comunidades nos enseñan en Lima. Y su fe también nos enseña».

Que el Señor que nos cura, nos sana y nos saca todos los “supays”, nos inspire a la gran unidad de nuestro país.

Miles de personas acudieron masivamente a la Plaza de Armas de nuestra capital para vivir la Solemnidad del Corpus Christi. La celebración contó con la participación de nuestras comunidades parroquiales, obispos, clero, hermandades, agentes pastorales y colegios parroquiales. Por su parte, la Vicaría de la Juventud y Cáritas Lima lograron reunir más de 2 toneladas de donaciones de víveres para nuestras ollas comunes y comedores parroquiales.

Es así como la Iglesia de Lima se movilizó guiada por el lema de este año: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados». En su Homilía, Monseñor Carlos Castillo recordó que Jesús ha entregado los signos de su Cuerpo y de su Sangre «para alimentar nuestra capacidad de amar y servir gratuitamente». También hizo un llamado a erradicar de nuestra fe esa concepción de la religión como un negocio.

Leer transcripción de homilía de Corpus Christi

Nuestra Iglesia de Lima, tan diversa en sus carismas como en su testimonio de servicio y solidaridad, se congregó en el corazón de la capital peruana para acompañar en procesión a Jesús Eucaristía. Desde muy temprano, las delegaciones parroquiales fueron llegando con sus donaciones para compartir el pan y unirnos en espíritu sinodal a la Iglesia Universal.

En su alocución al Evangelio de hoy (Marcos 14,12-26), Monseñor Castillo afirmó que el sacrificio del Señor, entregado como don gratuito a la humanidad, es un acontecimiento de esperanza que se manifiesta en el momento de la Consagración. «Jesús asume su misión en la historia. Él es el Hijo enviado por el Padre, hecho uno de nosotros, humano, que anuncia que Dios está cerca y su Reino está actuando en este mundo».

Este gesto de amor desinteresado – sostuvo el Prelado – es incondicional, por eso, la humanidad entera está llamada a ser salvada. El problema ocurre cuando hacemos interpretaciones ajenas al sentido de gratuidad y optamos por hacer sacrificios y holocaustos para «calmar la ira» de Dios.

Esta mentalidad ha estado presente en casi todas las religiones del mundo, en donde los seres humanos, temerosos de los dioses, organizan sacrificios para obtener la salvación y convierten la religión en un sistema de negocios.

Erradicar la corrupción de nuestras vidas

El Primado del Perú recordó que, a través del testimonio de Jesús, hemos aprendido que la vida se convierte en un constante compartir hacia los demás. Este es el modo como acercamos el Reino de Dios a las situaciones concretas.

Tenemos que erradicar de nuestra fe esa concepción de una «religión de negocio», en donde todo se convierte en un intercambio económico y vamos hacia la corrupción general.

El Monseñor Castillo aseguró que la realidad nos interpela a tomar conciencia de nuestros pecados para solucionar los graves problemas de corrupción que se han instalado en todos los espacios de la sociedad, inclusive, en la propia Iglesia. «Unidos al Santo Padre Francisco, hemos estado trabajando en estos cinco años para hacer una Iglesia que corresponda al don gratuito de Dios». Y agregó:

La corrupción también se mete en todo aquel que desvía el don generoso de Dios y aprovecha para sacar la plata a los demás y empobrecer a nuestro pueblo.

En otro momento, el arzobispo de Lima pidió que unamos esfuerzos para generar una mayor conciencia nacional de todos los pueblos del Perú, sobre todo, ahora que se conoce que los índices de pobreza han aumentado a un 29% en el último año:

El hambre clama al cielo, y nos pide a todos, especialmente, a quienes tienen en sus manos la dirección del país, el no hacer leyes injustas y reconocer los errores propios de corrupción.

«¿Cómo es posible que se quiera privatizar la compañía del agua? ¿Cómo es posible que se hagan leyes que favorecen a ciertas personas y se impide que las regiones puedan participar libremente para dirigir sus regiones? ¿Cómo pueden haber actitudes perniciosas en donde no se denuncia las corrupciones y, más bien, los denunciantes son los que han delinquido? ¡Eso es una vergüenza! Todos los peruanos tenemos que unirnos para que la verdad, el amor y la justicia permitan saciar el hambre de sed y justicia de los pobres», ha reflexionado el Prelado.

En la Iglesia estamos para humanizar la sociedad, y tenemos esa tarea histórica que va más allá de salvar nuestras almas de forma individual. Tenemos que salvar al mundo entero en cuerpo y alma.

Al término de la Eucaristía se dio inicio con la procesión del Corpus Christi. Las cuatro estaciones estuvieron integradas por las delegaciones parroquiales de nuestra Arquidiócesis, hermandades, Cabildo metropolitano y clero de Lima.

Antes de la bendición final, Monseñor Castillo anunció que los puntos de acopio instalados por la Vicaría de la Juventud y Cáritas Lima lograron reunir más de 2 toneladas de víveres que se destinarán a las ollas comunes y comedores parroquiales.

En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Monseñor Carlos Castillo recordó que Dios es Uno y es comunidad. Por eso, todos estamos llamados a crecer en comunidad y superar el individualismo que nos impide compartir con los demás la maravilla de nuestra diversidad cultural.

En el marco del Día de las Lenguas Originarias en el Perú, el arzobispo de Lima acogió a los representantes de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo, quienes participaron en la Liturgia leyendo la carta de Pablo a los romanos en su lengua nativa y ofrecieron una corona amazónica como fruto del esfuerzo diario de los artesanos shipibos. Una representante de la comunidad de Huamanga también intervino leyendo en quechua la lectura del Deuteronomio.

Leer transcripción de homilía

Monseñor Castillo inició su Homilía explicando que la Fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que «Dios es Uno y múltiple a la vez», y que todos hemos sido creados a su imagen y para ser semejante a Él desde nuestras diversas lenguas y maneras de ser, cada uno en su particularidad y personalidad. «Somos una sola humanidad dentro de la diversidad», agregó.

Este es, precisamente, el sentido de vivir en la misma unidad del Dios que es comunidad. Sin embargo, a veces, olvidamos esa diversidad que envuelve el misterio de la Trinidad y, sobre todo, la diversidad de nuestra Creación. «El endiosamiento del ser humano, es decir, el individualismo, es enemigo de la humanidad», manifestó.

«Jesús ha mostrado que siempre perdona al ser humano, pero, a veces, vivimos indiferentes al Dios que llevamos dentro. Y, entonces, hacemos cosas terribles, como esas leyes contrarias a la vida de nuestros pueblos amazónicos, o no hacer leyes y dejar que las mafias y las delincuencias nos maten todos los días», advirtió el arzobispo.

La indiferencia y el individualismo no es cristiano porque no es divino. El ser humano ha sido creado a imagen de Dios y tenemos que aprender a desarrollar lo divino que hay en nosotros, que es la presencia del amor.

La Trinidad es una comunidad dinámica, no estática

Esta revelación llega a la humanidad por medio de Jesús – indicó Monseñor Castillo – enviado por el Padre como Hijo para que tomemos conciencia de que todos hemos sido creados para el Otro y nuestra estructura humana está hecha «hacia adelante», para los demás. «La Santísima Trinidad es una comunidad unida en donde el Padre, el Hijo y el Espíritu se aman, pero, también, es una comunidad dinámica», precisó.

El problema surge cuando pensamos que la unidad de la Trinidad es «estática», pero la Creación de Dios no se da afuera de sí, se fundamenta en el amor y se genera dentro de Él: «El Padre nos ha creado para siempre acompañarnos, llevarnos a la plenitud de Él y no abandonarnos. Toda la humanidad está envuelta en Dios», refirió el Prelado.

Y si Dios envía a su Hijo es para comunicarnos que todos marchamos hacia Él, y para eso nos envía al Espíritu que está metido en nosotros: «para inspirarnos, para caminar juntos y preguntarle al Espíritu que vive en nosotros qué debo hacer o cómo debo actuar».

Por todos los pueblos originarios del Perú

Dirigiéndose a los representantes de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo (Lima), a la comunidad de Huamanga (Ayacucho), y a la comunidad Milagro Eucarístico del Eten (Chiclayo), el arzobispo de Lima sostuvo que la Iglesia debe dejarse interpelar por aquellas comunidades que hablan distintas lenguas:

«Nos están llamando y tenemos que responder a ese llamado. Ellos han aprendido muy bien a hablar el castellano, pero nosotros tenemos que pedir perdón porque no sabemos hablar en su lengua. Sería interesante que empezáramos un camino de intercambio en donde aprendamos la diversidad de lenguas. Son 44 lenguas de la Amazonía y 4 lenguas andinas que hay que valorar y conocer», reflexionó.

La lengua, el acento, la forma de decir y hablar son importantes porque nos ayudan a captar la belleza de la diferencia. La diferencia no es para hacer riñas y peleas, es para admirar y apreciar, para vivir de la alegría de la diversidad y la maravilla que existe en cada uno de nosotros.

Antes de dar su bendición final, Monseñor Castillo hizo un llamado a continuar el camino sinodal de la Iglesia respetando nuestra riqueza y diversidad cultural, todos en una sola unidad como la Trinidad, de tal manera que «tenemos un lugar y nadie sobra en esa tierra porque todos somos indispensables».

Este domingo, la Catedral de Lima recibió la visita del Grupo Católico «Milagro Eucarístico Perú 1649», al celebrarse el aniversario 375 de la primera aparición del Niño Jesús en la Hostia Consagrada en Ciudad Eten (Chiclayo).

En la Solemnidad de Pentecostés, el arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, recordó que el Señor ha querido inundar al ser humano del Espíritu de sabiduría y paciencia para vivir un cristianismo inteligente, capaz de reflexionar y preguntarse el sentido de las cosas. Por eso, todos somos portadores y testigos del Espíritu, no para recriminar al mundo, sino para recrearlo por medio del lenguaje del amor y la misma sencillez que tiene Dios con la humanidad.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

En su homilía, el arzobispo de Lima explicó que la Liturgia de hoy nos presenta dos momentos importantes que manifiestan cómo actúa el Espíritu del Señor en nosotros:

El primero es representado en el Evangelio de Juan (20,19-23) en un contexto de dificultad para los discípulos: estaban reunidos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Entonces, se aparece Jesús y les dice: «Paz a ustedes». Luego, sopló suavemente («nefésh») sobre ellos y les dio su Espíritu.

Antes de ese primer soplido, el Señor se ha colocado en medio del problema y el miedo. Este pequeño gesto marca «el inicio de la nueva historia de la presencia del Espíritu en la humanidad».

A partir de la suave brisa de Jesús empezó la recreación del mundo por medio de la ternura. Y también la historia del Dios que nos ama, nos acompaña, nos dice las cosas con sencillez, no nos grita, no nos agrede ni recrimina.

En segundo lugar, la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) narra un segundo soplo («ruaj»), un viento impetuoso que ocurre días después del encuentro de Jesús con sus discípulos. «Para poder llegar a toda la humanidad, se produce el viento impetuoso que recrea el mundo a través de la Palabra de Dios».

Por tanto, la Fiesta del Espíritu nos recuerda la delicadeza que ha tenido Dios para inundar al ser humano del Espíritu de sabiduría, inteligencia y paciencia, todas cualidades que apuntan a la reflexión y a vivir un cristianismo inteligente que sabe profundizar las cosas.

El método del Espíritu es la suscitación y la inteligencia profunda que va haciendo un discernimiento.

«El Papa Francisco, hace unos días en Verona, habló con los sacerdotes y les pidió que no torturen a la gente en la confesión por más pecados que tengan. Tenemos que transmitir que Dios, a pesar de todo, siempre nos perdona gratuitamente y nos llama desde el perdón a retomar el camino», manifestó el Prelado.

El Primado del Perú afirmó que necesitamos el aliento y la sabiduría de todos para enfrentar las situaciones gravísimas. «El Señor quiere la transformación del mundo por medio de la sabiduría. La Fiesta del Espíritu es para eso, para acoger el soplo cariñoso de Jesús y ser portadores del Espíritu, para hablar en el lenguaje del amor».

Y siguiendo la tradición que recibimos de Pentecostés, antes de la bendición final, el arzobispo de Lima sopló el cirio pascual sobre el Pueblo de Dios como signo de que el Espíritu se reparte en toda la Iglesia.

El Espíritu camina en la Iglesia y ustedes son ahora los portadores del Espíritu Santo, como lo fue Jesús y como lo fueron los discípulos que anunciaron el Evangelio: “Vayan a anunciarlo a todas las naciones”.

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